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En Colombia y en la región se percibe la juventud como un recurso inagotable. Históricamente fue la base de la pirámide poblacional y celebramos, incluso, el bono demográfico. Pero la verdad es otra: lo que más crece hoy no son los niños, sino los adultos mayores. Estamos envejeciendo rápido y poco se habla de ello, mucho menos de lo que implica en un aspecto tan relevante como la vivienda.
Las cifras son contundentes. Según el Dane, en 2024 se registraron apenas 32 nacimientos por cada 1.000 mujeres entre 15 y 49 años, la mitad de los nacimientos con respecto a hace veinte años. La fecundidad cayó de 2 hijos por mujer en 2005 a 1,06 en 2024, por debajo del nivel de reemplazo. Mientras tanto, la esperanza de vida supera los 77 años y, para 2050, uno de cada cuatro colombianos tendrá más de 60 años. En menos de tres décadas, el envejecimiento dejará de ser proyección para convertirse en realidad.
El fenómeno se agudiza con otro dato: la migración. Entre 2022 y 2023 emigraron cerca de un millón de colombianos, en su mayoría jóvenes. En 2024 las remesas marcaron un récord de US$11.800 millones, según el Banco de la República. Es decir, mientras la población mayor se queda en el país, sus redes de apoyo se dispersan en el exterior.
Hoy las ciudades y políticas de vivienda se planifican como si la vejez fuera corta, pasiva y dependiente. Sin embargo, cada vez más adultos mayores aspiran a ser autónomos, activos y productivos en esta etapa de sus vidas.
En respuesta a este panorama, varios países han adoptado modelos como el senior living. Estas comunidades están diseñadas para personas mayores que desean evitar la pasividad de los asilos, manteniendo independencia mientras acceden a alimentación, recreación, seguridad y salud preventiva. En EE.UU. y Europa existen desde hace décadas y en América Latina, países como Chile, México y Uruguay ya tienen iniciativas privadas. En Colombia, las condiciones demográficas y la apertura de nuevas generaciones hacen posible avanzar en esta dirección.
Un estudio de Camacol muestra que, aunque solo 3,2% de los jóvenes encuentra en la vivienda especializada la mejor opción para su retiro, 67,7% estaría dispuesto a habitar una solución de este tipo. El 19,4% dice no querer depender de su familia, y servicios como enfermería 24 horas (59,7%) o alimentación incluida (40,3%) se perciben como altamente relevantes.
Estos hallazgos brindan una oportunidad. Fomentar modelos de senior living no solo responde a una necesidad social latente, sino que puede convertirse en un frente de innovación económica: arquitectura adaptada, servicios de cuidado y recreación, empleo formal para cuidadores, dinamización inmobiliaria y alianzas público-privadas. Para los adultos mayores, significa vivir con autonomía y compañía; para sus familias, un alivio frente a la carga del cuidado.
El sector edificador y financiero también tendría mucho que ganar. En un contexto en el que las ventas de vivienda fluctúan mientras los arriendos crecen en todos sus indicadores, el modelo Build-to-Rent (construir para arrendar), bajo el cual suelen estructurarse los proyectos de senior living, ofrece ingresos estables. Al priorizar rentas sobre ventas inmediatas, constructores y financiadores aseguran activos de mayor calidad y valorización, además de un flujo recurrente con menor exposición a los ciclos del mercado.
Por supuesto, hay desafíos. Estos desarrollos suelen asociarse con costos altos y con un perfil de lujo de nicho. Sin embargo, allí es donde se requiere creatividad. Así como el país logró masificar la vivienda de interés social, es posible pensar en esquemas cooperativos, mixtos o subsidiados que hagan del senior living una opción accesible y digna.
Estos modelos deben incorporarse prontamente en la agenda pública, pues la transición demográfica en curso no es posibilidad futura, sino realidad presente que exige planeación, innovación y compromiso institucional.
El comercio no es una guerra silenciosa entre compradores y vendedores. Es un intercambio voluntario en el que ambas partes ganan, siempre