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Analistas 20/05/2021

Conocimientos y habilidades

Héctor Francisco Torres
Gerente General LHH

El desarrollo de las naciones ha estado ligado a las acciones de los poseedores del conocimiento, que han protagonizado los acontecimientos más relevantes de la historia. Es así como Cristóbal Colón, que no brilló por ser un gran sabio, pero a diferencia de muchos de sus contemporáneos conocía los secretos de la navegación y tenía noticia de la esfericidad de la tierra, convenció a los monarcas de Castilla y Aragón para que financiaran una empresa épica cuyos resultados conocemos. El almirante de la mar océana era en efecto el titular de un conocimiento diferenciado que fue la génesis de su gesta, pero que no sirvió de mucho al momento de enfrentar motines abordo de las naves que zarparon de Andalucía en agosto de 1492. Una vez en tierra, tampoco fue su instrucción un activo valioso para liderar a sus propios marineros ni mucho menos para establecer relaciones productivas con los nativos taínos que al principio recibieron a los ibéricos como si se tratara de dioses.

¿Por qué fracasó Colón en el manejo de situaciones inesperadas y complejas?Hoy, cerca de cumplir quinientos veintinueve años del desembarco en la isla de Guanahaní, la respuesta parece obvia: el genovés (o catalán, o gallego, o portugués) carecía de lo que hoy conocemos como competencias “blandas” -que deberían denominarse simple y llanamente habilidades- y esa ausencia de gracia para influir y comprometer a sus subordinados, para leer el entorno y para comprender los clamores de quienes lo rodeaban, no como un ululato fastidioso sino como una epifanía, acabaron opacando su hazaña y produciendo unos resultados bien distantes de lo ideal.

La erudición en cabeza de pocos, que ha sido la fuente de los mayores avances de la humanidad en todos los campos, tiene una debilidad manifiesta pues al ser de propiedad individual o de grupos limitados de personas, causa un desequilibrio que destaca a sus titulares mientras mantiene a los demás bajo una densa capa de neblina intelectual que impide ver el horizonte. Todo esto ha venido evolucionando en las últimas décadas, con muchas ventajas y varios inconvenientes. En la era digital, basta con conectarse a la internet y escribir algunas palabras sueltas en el buscador predilecto para revelar millones de datos, cifras y referencias de toda índole, dando acceso al conocimiento a la gran mayoría de la población. Florece la información seria, profunda y sustentada, aunque prolifera también la desinformación que permite a cada cual confeccionar su propia realidad eligiendo las fuentes más convenientes, las más atractivas o las que mejor sirvan para justificar sus puntos de vista.

Esta posibilidad de acceso inmediato al conocimiento autodidacta en su versión moderna de las verdades a la medida sugiere dos consideraciones: la primera, que la guía de maestros y mentores no puede ser reemplazada por Google y, la segunda, que es imprescindible desarrollar esos comportamientos inclusivos que nutren a la sociedad, fomentan la cohesión y mueven a la unidad de propósito, desterrando el riesgo de la manipulación y la coerción.

Estamos siendo espectadores del ocaso del conocimiento como fuente única de desarrollo, que da paso a la era del maridaje ineludible entre éste y las habilidades. Convirtámonos en protagonistas de esta transformación afianzando nuestras capacidades personales de flexibilidad, empatía, resiliencia, apertura, tolerancia y humildad, sin pasar por alto la valiosa y volátil cualidad del discernimiento.

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