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Es necesario revisar y corregir los procesos públicos básicos de Colombia para que sean consistentes con sus propósitos. Los paños de aguas tibias propuestos no van a producir buen legislador, justicia acertada y rápida, ni administración de calidad aceptable. Hay que cambiar el conjunto de reglas que definen lo esencial del país, para que sean coherentes y efectivas. Se requiere formular propuestas sencillas, comprensivas y, al tiempo, rigurosas.
El primer paso es definir qué ordenamiento conviene: República Federal o Unitaria, es decir, con diversos códigos penales según la región respectiva o con uno solo para todo el país; régimen presidencial, bajo el sofisma de la separación entre administración y legislador, o parlamentario, como en prácticamente todos los países desarrollados excepto EE.UU.; cúpula unipersonal, como en casi todas partes como rezago de épocas monárquicas, o corporativa, como en Suiza, donde se aplica la premisa de que nadie sabe todo; descentralización municipal, como hoy tenemos, que en la práctica fortalece el poder de la estructura central, o regional, que permitiría más equilibrio; partidos políticos eficaces para formular propuestas y movilizar los recursos en financiación de campañas, o financiación individual, como la actual, que invita a la corrupción; servicio en las altas cortes como parte de vocación vitalicia, o como etapa de la carrera profesional, con perspectiva de cosechar lo sembrado desde las sentencias, como hoy; sistema penal acusatorio o mixto, más moderno, con mayor papel para el juez en el sumario, o primera fase del proceso, donde se investiga para establecer si cabe llamar a juicio.
Con base en estas definiciones se pediría a una escuela de ingeniería de primera categoría, con especialistas en sistemas y apertura a reflexiones filosóficas sobre diseño institucional, hacer los diagramas de flujo de lo existente para señalar las inconsistencias y torpezas que abruman al país, y los ajustes necesarios para que el producto atienda lo escogido en cada capítulo. A partir de esta revisión se revisaría la Constitución existente artículo por artículo, se sacarían asuntos que deberían estar en leyes especiales, leyes ordinarias, actos administrativos, y los inconsistentes con el resto o que sobraran por superfluos. Cada uno se ubicaría donde fuera pertinente.
Tras esta tarea, se vincularía a personas especialistas en escribir con lógica y de manera sencilla, para ofrecer a la ciudadanía un producto fácil de entender, con el fin de atender dos objetivos: educar sobre los criterios para organizar países e impulsar la discusión de manera abierta. Tras la deliberación se harían los ajustes correspondientes, de manera que se atienda la voluntad popular de manera ordenada, y se impulsaría un referendo. El otro camino, el de la Asamblea Constituyente, tiene dos serios problemas: los asambleístas tenderían a pensar en sus propios objetivos individuales, y cabría la improvisación, como en la Asamblea de 1991, cuyo producto es un desastre, con subordinados que participan en la selección de sus superiores en las Altas Cortes, incentivos a la corrupción de los legisladores, ineficacia en el orden regional y dilución de responsabilidades en materia de control. Si el sector privado impulsara esta receta la economía crecerá mucho más rápido y el país funcionaría mejor: el esfuerzo se justificaría con creces.
El gobierno decidió acabar su financiación de Colfuturo, una entidad que por más de 30 años brindó a más de 25,000 colombianos la oportunidad de estudiar posgrados en el exterior. Decidieron hacerlo en el momento en que como país necesitamos mirar hacia afuera
En términos de urgencia, la prioridad debe ser la asignación de nueva capacidad que no tiene un límite intrínseco diferente al costo de expansión del sistema, perfectamente gestionable con planeación y señales económicas claras