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Analistas 29/04/2023

Occidente, China y Latinoamérica

Gustavo Moreno Montalvo
Consultor independiente

Occidente es el conjunto de países partícipes y herederos de la revolución industrial. Comprende a Europa Occidental, EE. UU., Canadá, Australia y Nueva Zelandia. Desde la terminación de las guerras mundiales se sumó Japón, y con posterioridad Taiwán y Corea del Sur. Tras las guerras mundiales abrazó los derechos humanos como fundamento de su modelo político para evitar recurrencia de ideologías que alimentaron el fascismo, el nazismo y el comunismo soviético.

La necesidad de defender la economía de mercado con regulación adecuada frente al anhelo de intervención estatal manifiesto en segmentos importantes de la población ha debilitado las bases de las instituciones públicas en Occidente: con frecuencia se pone en segundo plano la importancia de la solidaridad en asuntos como salud y educación para lograr los objetivos de convivencia en armonía y con respeto. Más allá, la diversidad de unidades políticas y la heterogeneidad cultural ponen freno al crecimiento económico sostenible porque limitan el flujo libre del trabajo y la eficiente asignación de recursos.

Las diferencias entre Occidente y China pueden ser obstáculo para la convivencia ordenada y para el eficaz aprovechamiento de oportunidades. China, cuya enorme población y tasas de crecimiento elevadas han impulsado el desempeño del conjunto mundial durante cuatro décadas, ha invertido excedentes de capital en otros países, incluido EE.UU., para ganar influencia y asegurar el acceso a recursos. Además cultiva alianzas con los regímenes represivos de Rusia e Irán. No hay solución fácil: las incompatibilidades entre los dos modelos políticos alimentan la pugna por el control del resto del mundo, de diversas maneras, con perjuicio para todos.

Por su parte, las deficientes instituciones de los países no desarrollados con frecuencia son obstáculo para atraer los capitales necesarios con el fin de lograr el crecimiento rápido. Ello asegura la persistencia de la pobreza, impide que el trabajo se valorice y cierra espacios a oportunidades de mejor rendimiento para el ahorro acumulado del mundo. Derrotar la pobreza tiene atractivo ético, fundado en la unidad de la especie, y económico, por el beneficio que producirían planes de acción bien diseñados y ejecutados.

Latinoamérica no ha logrado encontrar el sendero adecuado para prosperar. El ingreso en la región es desigual y sus estados son poco funcionales, pero sus poblaciones aspiran a mejorar condiciones de vida y respaldan la libertad como propósito superior. Sus economías son, en general, exportadoras de bienes no diferenciados; no producen innovaciones tecnológicas de vanguardia y ceden al primer mundo lo mejor de su talento científico por no ofrecerle oportunidades. Sus élites exportan capital a EE.UU. para reducir riesgos políticos, cuando sus economías requieren importarlo para impulsar el crecimiento.

Hay mucho por hacer. Occidente tiene más espacio que China para arriesgar recursos en la tarea de apoyar el desarrollo de Latinoamérica: su ingreso por habitante es mucho mayor y las afinidades culturales con la región, cuyos pueblos comparten la ideología liberal, podrían ofrecer oportunidades para empresarios y profesionales de ambos ámbitos. La espada para romper el nudo está a su disposición, y no hacerlo es dejar el espacio abierto a sistemas políticos autoritarios, con complejas consecuencias ulteriores. El tiempo es oro.

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