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Analistas 21/10/2023

Moneda y Estado

Gustavo Moreno Montalvo
Consultor independiente

La moneda sirve tres propósitos centrales: es medio de pago, medida de valor relativo y vehículo para acumular patrimonio, con el respaldo de la autoridad. Ha tenido expresiones de equivalencia en especie; así, entre los romanos se expresaba en pecunia, o cabezas de ganado. Con la apertura del Mediterráneo y el auge de Occidente a finales de la edad media hubo tendencia a normalizar monedas metálicas: el ducado veneciano, el milanés y el florín florentino eran de oro con masa y pureza similares.

El comercio impulsó los instrumentos de crédito expresados en moneda metálica. En la edad moderna temprana aparecieron los primeros merchant bankers, que compraban y vendían títulos de deuda. La moneda de papel, invento chino del siglo VII, se introdujo en Europa en el siglo 15. El cheque u orden de pago contra presentación, innovación persa, floreció en Europa a partir del siglo 17. La mutua confianza era la base para la construcción de relaciones de correspondencia entre banqueros en países diversos.

Es evidente la importancia de la gestión pública para la estabilidad de los precios, y natural la tentación de aumentar la cantidad de dinero en circulación para aumentar el gasto; de allí la insistencia de atarla al oro y a la plata. Tras las guerras mundiales el planeta vivió el ordenamiento monetario convenido en Bretton Woods, con tasas de cambio fijas y atención a desequilibrios transitorios a cargo del Fondo Monetario Internacional. Se aceptaba ajustar el valor relativo de las monedas en caso de presentarse desequilibrio fundamental. El sistema hizo crisis hace medio siglo: fue preciso devaluar el dólar americano y luego desvincularlo del oro.

Se establecieron tasas de cambio flotantes y se liberaron los flujos de capitales en el mundo desarrollado. El aumento del precio del petróleo por la cartelización generó enormes saldos de depósitos hace medio siglo en los grandes bancos comerciales, quienes lo prestaron a gobiernos del mundo no desarrollado en cuantías impagables. La crisis de hace cuatro décadas afectó de manera marcada a Latinoamérica; era preciso tomar medidas para evitar recurrencia de problemas fiscales y cambiarios. Los mecanismos del mercado son útiles: el exceso de deuda se castiga con tasa de interés, la escasa competitividad con devaluación.

La apertura económica no basta para mejorar la asignación de recursos; conviene la libertad para el flujo del trabajo. Europa Occidental, pese a diferencias culturales y de sistemas de protección social, dio pasos en integración comercial, laboral y monetaria. Se quedó corta en lo político. El sistema económico mundial siguió en desequilibrio: los flujos de capitales de otros países han permitido que EE.UU. mantenga déficits de balanza comercial desde hace seis décadas sin deterioro perceptible en calidad de vida.

La tecnología ha transformado la economía: facilita comunicaciones, transacciones y evaluaciones. El capital internacional fluye con libertad, pero el trabajo y lo público están rezagados. Hacia adelante se vislumbra la posibilidad de depósitos de personas naturales con propósitos transaccionales sean en los bancos centrales. Sin embargo, la enfermedad no está en las sábanas: se necesitará audacia para corregir los defectos institucionales que acentúan desigualdades e impiden el crecimiento de los países no desarrollados. La tarea será para beneficio de todos.

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