El mundo hoy

En el mundo habitan aproximadamente 8.000 millones de personas, diez veces la población de hace dos siglos, cuando comenzó la revolución industrial en Occidente; todo indica que ese número no subirá mucho en el futuro.

Pese al acercamiento entre sociedades, impulsado por migraciones, subsisten importantes barreras culturales y legales, y hay diferentes niveles de desarrollo. Occidente, conjunto próspero, tiene poco más de mil millones de personas, incluidos Japón, Corea, Taiwán y Singapur; los tres últimos han florecido en las últimas seis décadas. La propuesta liberal democrática, establecida en Occidente desde el fin de las guerras mundiales en 1945, está bajo cuestionamiento.

El panorama político en el resto del mundo no es claro: India, el país más poblado, tiene democracia efectiva, pero subsisten fracturas sociales atadas a las castas, ordenamiento prohibido pero practicado. Pakistán y Bangladesh, escindidos de India por Gran Bretaña contra los consejos de Gandhi y Nehru, no tienen perspectiva clara.

China, el segundo país más poblado, tiene régimen totalitario: el partido comunista, compleja malla construida con retórica de lucha de clases, tiene monopolio del poder. No tolera disenso, pero permite la propiedad privada del capital. En África legados de épocas coloniales hacen difícil cualquier esfuerzo para integrar sociedades y países. En general, el tercer mundo tiene confusiones ideológicas, deficientes instituciones y marcada desigualdad.

Occidente ha tenido el liderazgo en ciencia y tecnología desde el renacimiento europeo, pero hoy no parece tener propósito colectivo claro; sus habitantes valoran el ocio, quizás en exceso, y no parecen preparados en forma adecuada para el futuro.

Otros conjuntos humanos de gran población, como Indonesia y Brasil, no tienen el ingreso necesario para asumir papel relevante en las tareas de carácter global: la pobreza y la desigualdad, las consecuencias de la automatización, la gestión del medio ambiente, y el envejecimiento y sus implicaciones.

Las tareas se facilitarían si se aboliera la guerra. Coexistir en paz exige consensos importantes, que la humanidad está lejos de alcanzar. Lograrlos requiere provisión de servicios universales de buena calidad en salud y educación, integración comercial, fiscal y monetaria de países con diferentes sistemas penales, libre flujo de personas para trabajar, multiculturalismo para facilitar la integración y, al tiempo, cultivo de identidades para proveer referentes que contribuyan al ordenamiento armónico de la sociedad. El necesario placer debe conciliarse con la dimensión de las tareas y sus exigencias en lo individual.

Los resultados necesarios exigen convicción, fundada en el respeto y la solidaridad, y reglas efectivas para evitar que el desorden perturbe de manera sustantiva los procesos institucionales inherentes a las tareas.

El sendero para una convivencia feliz abunda en precipicios mortales. Para mitigar el riesgo se debe planificar con método, sin exceso de detalle, con flexibilidad y orientación a largo plazo.

Además, es preciso ejecutar bien, para lo cual se requiere procesos y estructura organizacional adecuados. Se necesitarán indicadores para evaluar desempeño con rigor, pero también con criterio amplio. El reto de gestión que enfrenta la especie humana es colosal comparado con todo lo anterior.

Las tareas apremian. Es preciso abordarlas.