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Analistas 23/09/2023

El laberinto de Latinoamérica

Gustavo Moreno Montalvo
Consultor independiente

La independencia de España ocurrió en Latinoamérica a raíz de la invasión napoleónica a la península en 1808. Las élites coloniales habían asimilado las doctrinas liberales propuestas por los intelectuales de la Ilustración europea.

Sin embargo, la inmensa mayoría de la población era analfabeta; derivaba su sustento del trabajo en el campo y en la minería. El modelo político del momento era la democracia americana, producto de complejo proceso transaccional en el Congreso de Filadelfia en 1787, con presidente a cargo de la administración, independiente del legislador, y derecho a votar para la gran mayoría de los varones adultos. Era marcado el contraste con el esquema británico, con subordinación del gobierno al Parlamento y serias restricciones patrimoniales para el derecho al voto.

En la primera mitad del siglo 20 la población creció muy rápido, y en forma paulatina se convirtió en urbana y letrada. Hace medio siglo, pese a la amenaza comunista, activa en el mundo con auspicio de los regímenes totalitarios establecidos en Rusia, en sus satélites y en China, las sociedades y economías latinoamericanas parecían tener futuro brillante.

Las expectativas no se materializaron: quienes han detentado poder político y económico en la región no muestran interés en las oportunidades que ofrece el mundo actual como consecuencia del abaratamiento del transporte, la revolución en las comunicaciones y el conocimiento apoyado en ciencia y tecnología.

La protección a la producción local, fruto de cabildeo, ha imperado en casi todos los países, y el foco de la exportación han sido productos primarios. Se logró cobertura casi plena en educación pública básica pero la calidad se deterioró en forma significativa.

Latinoamérica ha mantenido régimen presidencial, pese a que casi todos los países desarrollados se han organizado con régimen parlamentario. El Estado tiene participación muy importante en las economías de la región, del orden de 30% o más, con gestión muy deficiente, reflejo de pésimos procesos públicos. La disposición a la integración es escasa, pese a no tener historia de conflictos bélicos reiterados, en contraste con Europa.

Las sociedades latinoamericanas no entienden por qué no prosperan pese a su transformación. Las nuevas generaciones no encuentran oportunidades, pues el crecimiento de las economías es precario y las productividades bajas. Una estratagema política con acogida ha sido ofrecer subsidios a segmentos específicos de la población, a expensas del beneficio que se derivaría del uso acertado de esos recursos, y de grandes costos de gestión. Procede identificar estrategias, procesos y organización acertados para evitar debacle.

El punto de partida natural es revisar lo público: no solo es problemático el régimen presidencial. Legisladores y justicia son ineficaces, y la articulación entre gobierno central y regiones es deficiente. Además la corrupción ha permeado con apoyo en diseños institucionales deficientes; es preciso consolidar valores apropiados y combatir conductas delictuales. Se requiere eficiencia en el devenir económico e imaginación en lo político para mostrar caminos.

El crecimiento rápido y sostenido aumentaría el valor real del trabajo, reduciría la desigualdad y las necesidades de subvención, y abriría el espacio para nuevas aventuras. Hay que pensar en grande y trabajar con método. No caben titubeos.

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