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Tras conmemorar el Día Mundial de la Salud Mental, Colombia demostró, nuevamente, que es un país de locos: a última hora, de manera súbita, el Instituto Colombiano del Dolor abortó un procedimiento de eutanasia.
Nuestra hipocresía y mediocridad son evidentes. Aunque parezca progresista que Colombia hubiera sido pionera en la adopción del derecho fundamental a la muerte digna, acumula 24 años sin culminar la gestación del tema: tal como las reformas prometidas, tras la fracasada Constitución de 1991.
Estado fallido, no garantiza una vida digna; todo lo contrario. Además, los choques de trenes sabotean la alternativa: La Muerte Feliz (Camus, 1971). En el caso de moda, primero que no se deriva de una enfermedad terminal, los indolentes caprichos ajenos frustraron la decisión, reflexionada y persistente, de esa atribulada compatriota.
En el Comité Tripartita, ¿qué argumento emitió el psiquiatra o psicólogo clínico?; además, si la víctima liquidó sus recursos para disfrutar a su antojo los últimos días de vida, según estaba aprobado, ¿deberá sobrevivir desahuciada, secuestrada o torturada por la pobreza, como la mayoría de los colombianos?
Cantinflesca, la Corte Constitucional había anunciado que la muerte digna atendería incluso al sufrimiento “psíquico” (Sentencia C-233/21). Pues bien, antes del coronavirus esas crisis se intensificaron; muchas personas quieren descansar en paz, y lo único seguro en la vida es su defunción.
Adictos a las externalidades negativas, como la esclavitud, la inequidad o la exclusión, los tecnócratas defienden que la dilatación artificial de la existencia, mal denominada Esperanza de Vida, representa progreso. Sin embargo, ignoran la Desesperanza Aprendida y tampoco les importa humanizar su «Experiencia» (término degenerado por los placebos del marketing). A propósito, ¿es delito renunciar al negligente servicio de las EPS, y la inefectiva tutela?
Despenalicen el «suicidio asistido», en cualquier caso, y el aborto si la gestante manifiesta carecer de voluntad o capacidad económica, emocional o de tiempo; para neutralizar el libertinaje, cuando invoque por segunda vez esa «razón», realicen esterilización (junto con su pareja). Controlar la natalidad, además, resulta crítico para contener la explotación del ser humano y el planeta, por culpa del insostenible crecimiento económico.
País de objetores de conciencia, Vivo en el limbo también titula un vallenato que parece dedicado a la realidad colombiana, donde estamos “muriendo de la dicha”, y “las malas costumbres [son] las que [nos] mantienen contentos”. La mayoría somos “dueños de nada”, y sentimos que aquí “es como estar en ningún lugar”; aunque cada día parezca igual de absurdo, “no piensen que este [diario] está rayado”.
Los mitos del sacrificio y la inseguridad jurídica abandonaron en el limbo estos temas, y nos condenaron al cementerio de vivos; falsos moralistas, recomiendo Si Busca la Vida Buena, ¡Compre Uno de Nuestros Estilos Filosóficos! (Luciano, 155). Termino invocando otro asunto que marca tendencia: ¿El Juego del Calamar sería catalogado como “homicidio por piedad”?; y, para escapar de una vida enterrada bajo la miseria y la deuda, ¿aceptaría participar?
Sin haberle consultado antes, y sin importar si ahora su respuesta fue negativa, aquí está.
El país ha empeorado en muchos sentidos desde 1991, cuando se cambió la Constitución. Impera la violencia, el legislador es mediocre y la justicia es ineficaz
La política pública del sector urge desarrollar modelos de acompañamiento integral (académico, psicosocial, económico) para evitar deserción