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La burocratización nos encerró en “Jaulas de hierro”, según Max Weber. Ahora, la realidad es virtual, y la “Matrix laboral” evolucionó hasta controlar nuestra autoimagen -desdoblada o residual, combinando la propia inconciencia y la deformada retroalimentación, para continuar simulando lo que se consideran modelos de liderazgo y grandiosos lugares para trabajar.
Como adolescentes, obsesionados con la apariencia, nos vemos forzados a manipular los perfiles que publicamos, así como el personaje que representamos diariamente, para evitar el rechazo o atraer mejores oportunidades. Conformando este círculo vicioso, los procesos de gestión humana pierden sentido porque no fomentan el autoconocimiento, la autenticidad ni el desarrollo.
El engaño es sistemático. La preselección se supedita a ciertas autoevaluaciones, aunque éstas acarrean errores de atribución o sesgos de deseabilidad. Durante las entrevistas, como en cualquier selfie retocada, los defectos se difuminan, los atributos se acentúan y las poses se predisponen o adaptan, en tiempo real, porque las videollamadas permiten a todos los interlocutores monitorear su retrato (como Narciso, además, muchos quedan asombrados por su reflejo, pero, debido a la agitación que producen las constantes correcciones, nunca logran capturar una versión satisfactoria).
Complementando perspectivas, la Evaluación 360° -inspirada en el anillo cinematográfico de Matrix- recoge observaciones emitidas por supervisores, pares y subordinados, pero no puede integrarlas. Además, la posibilidad de filtrar cada muestra, por conveniencia, permite aislar verdugos, omitir escenas censurables o enfocar protagonismos.
Invariablemente, los guiones se distorsionan. Condicionados por patrones arcaicos, reprimimos emociones, mecanizamos sumisiones y perpetuamos esta Matriz de relaciones tóxicas, porque las denuncias anónimas tampoco pueden hackear el problema: acaso sugieren la sustitución de algunos actores, pero no tienen facultad para cambiar al sistema.
La autocrítica también puede convertirnos en antagonistas o saboteadores de la justicia, reparación y no repetición. Para despertar, mantenga abiertas las Ventanas de Johari -sus áreas públicas, puntos ciegos y zonas ocultas-, para descubrir algunas verdades, contrastar versiones y reparar identidades.
Y evite caer en la trampa de la bruja que le exigía al espejo mágico validar lo que quería escuchar. Para asumir responsabilidad de quién es, acepte el reflejo transparente que proyecta ese artefacto que Sylvia Plath inmortalizó mediante un poema, distinguiendo los agrietamientos que producen los prejuicios y los empañamientos causados por los conflictos de intereses.
Finalmente, guíese respondiendo preguntas. Pruebe, por ejemplo: ¿Mendigo aprobación constantemente? ¿Escucho realmente lo que otros quieren decirme? ¿Me quejo mientras espero que un milagro alivie mi situación? ¿Expongo mis necesidades como exigencias? ¿Sé pronunciar “no sé” o “me equivoqué”?
El ego, ese tirano que nos divide entre numerosas apariencias, solo se desvanece cuando lo enfrentamos. Sin esa delicada demostración de coraje, la Matrix seguirá alienándonos para mantenerse vigente.