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Las políticas públicas entendidas como el Estado en acción conforme la definición de André-Noël Roth, profesor suizo colaborador de varias universidades públicas colombianas como la Nacional y del Valle, determinan los trayectos de los países, siendo algunas virtuosas, otras tortuosas y la gran mayoría inocuas, viciosas o más bien pro estatus quo, en tanto perpetúan regímenes caracterizados por la inocuidad para acabar desequilibrios y resolver las necesidades sociales; todas las cuales se dan en sistemas democráticos de derecha, de izquierda y los que dicen gravitar en el centro.
Conviene entonces diferenciar a las políticas públicas, en inglés denominadas policies o policy, de la actividad política propiamente dicha conocida en inglés como politics, es decir aquella que estudia el acceso y mantenimiento del poder; en tanto las primeras resultan de la última o, mejor dicho, las primeras dependen o son producto de la última. De ahí surge el interés por las primeras que resultó del cuestionamiento de Sharpe y Newton (1984), sobre cómo afecta la actividad política a las políticas públicas, que desencadeno su análisis reciente.
Así las políticas públicas convertidas en una suerte de derivación de la ciencia política, apelan a su rigor académico y metodológico y tienen muchísimo camino por recorrer en cada país respecto de identificar su naturaleza e impacto, para algo más importante, apelar a las mejores prácticas mundiales al momento de diseñar, implementar y evaluar su desempeño, cuando se atienden las demandas sociales, económicas y ambientales; en tanto se desenvuelvan en sistemas políticos democráticos o al menos democracias imperfectas como acá, con mucho por mejorar en todo.
De ahí el correcto estudio y análisis de las políticas públicas puede servir para despejar muchos de los caminos pendientes por encontrar y atravesar para lograr el desarrollo equitativo y sostenible, gracias a la gestión requerida en todos los planos de la acción pública, vale decir en todas las ramas del poder desde el ejecutivo y legislativo, hasta el judicial, para verdaderamente reivindicar la actividad política y el ejercicio del poder público, tan desprestigiado y vilipendiado en todo el mundo, pero al mismo tiempo la única alternativa válida para el ordenamiento social, siendo imperativo comprometer a la ciudadanía.
Para esto resulta útil reconocer sobre todo a las políticas públicas virtuosas, por ser aquellas a las cuales debemos recurrir para justamente encontrar esas rutas que nos permitan transitar al menor costo y de la manera más rápida, hacia el anhelado crecimiento integral para todos, que garantice la supervivencia a las futuras generaciones.
Al respecto, la gran mayoría de las respuestas virtuosas pueden definirse como de carácter incremental, es decir siguen un camino paso a paso de mejoras continuas conforme a Lindblom (1992), pero también vale recurrir a la terminología de la innovación para buscar aquellas políticas públicas disruptivas, es decir capaces de lograr transformaciones radicales en lo social y económico, que signifiquen revoluciones pacíficas y silenciosas para conjuntamente habilitar el rumbo deseado.
La oportunidad de construir una agenda adaptiva capaz de articular la elusiva bioeconomía con el reemplazo del petróleo pasa por una agenda de innovación
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