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Analistas 19/10/2017

¿Nacionalismos?

Eric Tremolada
Dr. En Derecho Internacional y relaciones Int.

El nacionalismo nace como oposición al legitimismo dinástico que consideraba a los países como un patrimonio de los reyes. De ahí que la revolución francesa produjera una exacerbación de sentimientos nacionalistas basados en el principio de que cada nación tiene derecho a formar su propio Estado para realizar los objetivos o aspiraciones sociales, económicas y culturales de un pueblo. Ideología política nutrida por los ideales liberales y las doctrinas idealistas caracterizada por la lógica de un colectivismo que comparte orígenes, religión, lengua e intereses comunes.

No obstante, a finales del siglo XIX y principios del XX, las discrepancias frente a esta ideología -que empezó a tornarse autoritaria- determinó la génesis de conflictos entre naciones, incluidas las dos guerras mundiales. Así, defender una nación o región por encima de todo -incluso de las personas-, se interpreta como válido. El individuo se torna accesorio -prima el concepto de nación- y este no tiene influencia sobre él.

Así, el nacionalismo empezó a convertirse en exclusión, discriminación, incluso violencia en contra de lo que no se identifica con el colectivismo que defiende. Como mencionamos el pasado 21 de septiembre, en el mundo de hoy solo tendría cabida para el caso de antiguas colonias; pueblos oprimidos, como los pueblos sometidos a una ocupación militar extranjera; o también para el caso en que un grupo definido vea rechazado un acceso real al gobierno para asegurar su desarrollo político, económico, social y cultural.

En nuestros tiempos, pocas ideas o razones solventan esta ideología. Se fundamenta en diatribas ásperas, violentas y mentirosas, que exaltan la emancipación como la solución a todos los males. El caso de los independentistas catalanes no es la excepción, pese al revisionismo histórico que pretenden, Cataluña nunca fue independiente, hizo parte del reino de Aragón el cual se unió al de Castilla hace más de 500 años, de esa suma nació España, y en 1978 su constitución estructura un Estatuto de Autonomía que recoge las leyes propias de los fueros locales, incluido el catalán.

Pocos regímenes federales en el mundo otorgan tanto grado de autogobierno como el régimen autonómico español. La Comunidad Autónoma de Cataluña, como las demás de España, goza de un acceso real al gobierno regional para asegurar su desarrollo político, económico, social y cultural, tanto que hoy -con esas reglas de juego- gobiernan los independentistas, sin embargo, estos, que viven en una democracia que garantiza plenos derechos y libertades a los españoles -incluidos los catalanes independentistas-, se victimizan y fundamentan su lucha en que el Estado español niega “el reconocimiento de Catalunya como nación; y ha concedido una autonomía limitada, más administrativa que política y en proceso de recentralización; un tratamiento económico profundamente injusto y una discriminación lingüística y cultural”.

Entre tanto, los poderes del Estado español, se fundamentan en el derecho nacional e internacional, y abren -algo tarde- una opción política en el Parlamento para discutir un nuevo anclaje constitucional de las comunidades autónomas, que podría traducirse en el reconocimiento de que España es un estado plurinacional, salida airosa para una presidencia de la Generalitat que aún no precisa si declaró o no, de forma unilateral, la independencia.

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