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Hace poco conversaba con un colega sobre su reciente nombramiento en un alto cargo en una organización. Él genuinamente no entendía por qué habían pensado en su nombre para asumir un desafío tan grande, ni quién lo había postulado. Para mí, y seguro para quienes lo postularon, las razones eran evidentes.
Esa conversación me recordó un episodio del podcast 13%, de Andrés Acevedo y Nicolás Pinzón, en el que entrevistaron a Camila Escobar, presidenta de Procafecol - Juan Valdez. Ella relataba cómo, al ser invitada al proceso de selección para liderar la compañía, lo primero que pensó fue: “No estoy lista”. Nunca había tenido un rol similar, creía que no podría hacerlo y sentía que no contaba con todas las habilidades necesarias.
Esa historia me hizo reflexionar sobre las dudas que surgen al asumir nuevos retos, especialmente cuando se trata de liderar ¿Será el llamado síndrome del impostor, del que todos padecemos un poco? ¿O son simplemente los nervios naturales frente a lo desconocido?
Y ahí aparecen preguntas inevitables: ¿Por qué yo? ¿Qué está viendo el resto que yo no veo en mí? Pero tal vez la pregunta más común es: ¿Seré capaz de hacerlo? Asumir un rol de liderazgo, de cualquier nivel, trae consigo todas estas inseguridades, porque los cargos no vienen con manuales de instrucciones, ni con secciones de “errores comunes” o “preguntas frecuentes”. El aprendizaje ocurre en el camino.
Lo que sí traen esos desafíos son varias miradas atentas. Algunas, de manera más amable, ven el potencial de desarrollo y evalúan la oportunidad de apoyarte en cada peldaño para crecer. Y otras más críticas, a veces envidiosas, observan desde lejos, cuestionando el mérito o la velocidad con la que llegaste. En ambos casos, el camino exige avanzar con firmeza: no desde la duda de si se puede, sino desde la convicción de construir con cada paso.
Desde que empecé a hablar sobre liderazgo, he querido acompañar a las personas jóvenes que asumen nuevos roles, porque creo que ese camino puede y debe recorrerse con más calma, con menos miedo y, sobre todo, con compañía. Y aunque yo también soy joven, estoy convencida de que las voces de quienes han abierto camino deben ser visibilizadas. Como he dicho en otras columnas: el liderazgo se transita mejor cuando se vive en conjunto.
Así que cuando vuelva a aparecer la pregunta ¿por qué yo?, acércate a tus personas de confianza a nivel profesional y personal: amigos, hermanos, padres, madres, jefes, exjefes, colegas o colaboradores. Muy probablemente encontrarás a alguien que está viendo tu potencial, que cree que tienes las habilidades y que considera que puedes tomar la batuta para guiar la orquesta. Y como te quiere, te dirá con cariño y respeto lo que admira de ti, pero también aquello que puedes seguir fortaleciendo.
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