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Creo firmemente que hay una gran diferencia entre ser líder dentro de una organización y liderar un emprendimiento propio. La diferencia no está solo en la dedicación que implica construir una visión desde cero, sino también en las emociones, la pasión y los riesgos personales que se asumen en el camino.
Hace unas semanas invité al Politécnico Internacional a Daniela Castaño, cofundadora de Maíz Kernel, para inspirar a los estudiantes con su charla. Conocí a Daniela hace más de tres años, cuando compré unas crispetas en Unicentro. Ella estaba atendiendo personalmente a sus clientes, aplicando el famoso refrán: “el que tiene tienda, que la atienda”. Hablamos, me contó su proyecto e intercambiamos números.
Tres años después le escribí por WhatsApp para invitarla al espacio y aceptó con disposición. Creo que desde ahí empieza esa emoción del líder emprendedor: por relatar sus vivencias, sus logros y, por qué no, también sus fracasos. Pero sobre todo, por compartir con otros sus aprendizajes.
Los líderes emprendedores viven su proyecto con una pasión diferente. Sienten una convicción profunda por lo que hacen y lo que venden. Confían en su producto porque han invertido tiempo, esfuerzo y corazón para convertirlo en lo mejor posible. Para algunos, Maíz Kernel podría ser solo un negocio de crispetas, pero, en palabras de Daniela, es mucho más que eso: es un proyecto de vida, es la ilusión de construir, ganar y aportar.
A diferencia de otros liderazgos más estructurados, el liderazgo emprendedor muchas veces se construye desde la intuición. No siempre cuentan con grandes y complejos procesos de transformación o innovación, sino que creen en el poder de hacer las cosas poco a poco, innovar desde lo simple. No se requieren grandes procesos o metodologías, sino la intuición de implementar nuevos proyectos y aprender de los errores.
Los emprendedores sí que aprenden de las caídas. Se arriesgan porque saben que allí tienen oportunidades. A pesar de que tienen mucho que perder, su mentalidad los lleva a pensar todo lo contrario, que hay mucho por ganar.
Ahora bien, algo que sí une a los líderes, tanto empleados como emprendedores, es la falta de formación en liderazgo. Muchos sufren los mismos miedos: cómo liderar bien, cómo trabajar con las personas, cómo desarrollar habilidades blandas. La diferencia es que quienes trabajan en organizaciones pueden tener más acceso a formación por tiempo, recursos o estructura. El emprendedor, en cambio, muchas veces tiene que aprender sobre la marcha.
No se trata de una competencia entre tipos de liderazgo, ni de una comparación odiosa. Pero es claro que los emprendedores deben asumir múltiples roles: idear, ejecutar, producir, distribuir, promocionar y liderar. Y en medio de todo eso, también deben preguntarse si están liderando bien a su equipo.
Admiro profundamente a los líderes emprendedores. Aunque mi experiencia personal en este camino es limitada, reconozco que se requiere gran valentía, inteligencia emocional y una red de apoyo sólida. Esa red es clave para que la soledad del liderazgo no afecte ni la salud mental ni el corazón del proyecto.
Gracias a Daniela por inspirarme con Maíz Kernel. A mi hermano, por recordarme que los detalles hacen la diferencia con ràfega, su emprendimiento de abanicos artesanales. A mi amiga Jeimmy, por demostrarme que la perseverancia es esencial para sacar adelante proyectos como Triü. Y a todos mis amigos, familiares y conocidos emprendedores, gracias por liderar con pasión, constancia y ejemplo. Ustedes me hacen creer que todo es posible.
El primer daño es el tránsito de la búsqueda genuina de la verdad hacia la imposición de la posverdad, donde los hechos dejan de importar y son reemplazados por narrativas conveniente