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Analistas 16/07/2019

Pobreza

Carlos Ronderos
Consultor en Comercio y Negocios Internacionales

El país recibió la noticia de un aumento en el porcentaje de colombianos que viven bajo la línea de pobreza multidimensional. Como lo reportó ampliamente La República, este indicador fue de 17,8 para 2016 y para 2018 la cifra llegó a 19,6%. Lo que parece un número porcentual despersonalizado, significa que cerca de 10 millones de colombianos se encuentran en esta situación. Esto, para ponerlo en dimensiones, es una población equivalente a 1,5 veces la población de Bogotá. Esta medición de pobreza multidimensional contempla, según el Dane, “cinco dimensiones: condiciones educativas, condiciones de la niñez y juventud, salud, trabajo, acceso a servicios públicos domiciliarios y condiciones de la vivienda. Los hogares son considerados pobres multidimensionalmente cuando tienen privación en por lo menos 33% de los indicadores.” Estos habitantes se encuentran prioritariamente en las zonas rurales y en la región del pacífico (excluyendo Valle del Cauca), y en la región caribe.

Tanto la magnitud del problema como la localización del mismo lleva varias reflexiones. En primera instancia, no hay derecho ni justificación alguna que en Colombia, con tasas de crecimiento ininterrumpidas durante años, y mejoras considerables en la calidad de vida, no solo mantenga al 20% de su población en este estado, sino que el número de ellos crece. Lo que esto nos dice es que esa mayor riqueza que se genera con las tasas de crecimiento llega a muy pocas manos e intensifica la ya preocupante concentración de ingreso. Ese hecho lo reitera tanto el coeficiente de Gini, como el hecho que en la otra dimensión de la pobreza, la pobreza monetaria (menos de $257.000/mes), hay 13 millones de colombianos.

Tampoco llega a los pobres el bienestar que en bienes públicos dispensa el estado en materia de educación, vivienda y servicios públicos. Lo que indica la tendencia y la magnitud de estas cifras es que el estado y la sociedad abandonaron a estos compatriotas a su suerte. El mensaje de estas cifras es aún más contundente si se tiene cuenta que dos de las dimensiones son la niñez y la juventud y educación. De esto nos percatamos cuando se registra la muerte de un niño por desnutrición, pero pasada la noticia deja de preocuparnos. ¿Qué va a hacer el país cuando esos millones de niños y jóvenes lleguen a adultos con situación de salud precaria y sin educación?

Esa pobreza es mayor en el campo ya que mientras en las zonas urbanas 13,9% de las personas está en esta condición, en las zonas rurales este porcentaje llega a 39,9%. Y es en esas zonas rurales, principalmente en las del Pacífico donde se concentra el fenómeno de cultivos de coca y la minería ilegal. ¿Causa o efecto? Creo que la delincuencia organizada encuentra en este segmento de la población presas fáciles para sus propósitos, pero es claro que las regiones donde esto se sucede no llega la riqueza del dinero ilícito. Este se queda en los bolsillos de unos sectores que se enriquecen cómplices del delito.

No se entiende por qué la pobreza se concentra en las regiones costeras (Caribe y Pacífico) que son aquellas en las que en gran mayoría de los países se dan los mayores niveles de bienestar. El gran desarrollo y bienestar del mundo está en las costas; el nuestro, en montañas aisladas producto de una historia que se perpetua en el centralismo.

Debemos repensar el país en función de estas dimensiones si queremos algún día superar nuestro círculo vicioso de pobreza, corrupción, ilegalidad y concentración. Ahí está la prioridad.

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