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Según el último informe de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (Onudi), China se encamina a concentrar casi el 50% de la manufactura global en menos de cinco años. Esta cifra (MVA), que no se mide en volumen físico de productos sino en riqueza económica generada por la manufactura, representa un acontecimiento sin precedentes en nuestra historia moderna. Un solo país, entre más de 190 en el mundo, podría concentrar antes de 2030 la mitad del valor económico global de la producción industrial.
Y no es solo acero o paneles solares. Representa un dominio estructural en sectores estratégicos como baterías, semiconductores, telecomunicaciones y vehículos eléctricos. Tampoco es casualidad. China acaba de aumentar por segundo año consecutivo, en un 10% su presupuesto de ciencia, con una asignación de US$54.000 millones. Y aunque esta cifra sigue siendo muy inferior al gasto total de EE. UU., representa el rubro de mayor crecimiento en el presupuesto chino, también por segundo año consecutivo, superando incluso a la diplomacia, la seguridad, la educación y la defensa.
La estrategia que articula Beijing es clara: fortalecer la investigación básica y aplicada, fomentar el talento científico local y atraer investigadores de otros países. Todo esto con el objetivo de competir en tecnologías emergentes como la inteligencia artificial, la robótica, las telecomunicaciones y las baterías de nueva generación.
Un caso no menor es el de BYD, el fabricante chino de vehículos eléctricos, que al día de hoy ya ha superado la producción combinada de Ford, General Motors y Volkswagen. No es un caso aislado, sino parte de una tendencia que incluye su dominio en áreas que considera cruciales y muy relevantes para las próximas décadas; energías renovables, infraestructura en telecomunicaciones (6G) y el desarrollo de la construcción naval, para impulsar el comercio global y seguramente su capacidad militar.
Mientras tanto, Estados Unidos sigue siendo el líder mundial en inversión total en R&D (Investigación y Desarrollo), pero enfrenta tensiones políticas internas que han puesto en riesgo iniciativas como el Chips and Science Act de 2022, que autorizó US$280.000 millones para desarrollar manufactura doméstica de semiconductores en USA, y que ha tenido demoras sustanciales y dificultades en su despliegue.
Incluso así, el ecosistema tecnológico norteamericano responde con mucha fuerza: proyectos como Stargate, que es una megaalianza entre SoftBank, Oracle, OpenAI, y otros socios tecnológicos, proyectan inversiones de hasta US$500.000 millones en infraestructura de inteligencia artificial, incluyendo data centers a escala mundial.
Quizás como respuesta directa a la consolidación china, Estados Unidos ha intensificado sus esfuerzos por reindustrializar el país, impulsando políticas para reactivar la manufactura local. Buscan competir a escala con la capacidad productiva asiática. Sin embargo, el camino no es fácil. Los altos costos laborales, sumados a la dependencia de insumos y componentes fabricados en China, hacen que la estrategia enfrente tensiones que van más allá del discurso político.
En lugar de una nueva guerra fría industrial, el escenario actual parece una competencia o una carrera abierta para definir quien lidera en el orden tecnológico global. Un mundo donde manufactura, ciencia, energía y talento convergen como las soluciones estratégicas más relevantes de la primera mitad de este siglo.
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