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Analistas 02/12/2013

Resiliencia

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean
La República Más
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Se quejaba hace unos días un empresario, en este mismo diario, de cómo la idea de la complejidad había tenido un efecto perverso en la productividad, que requería procesos simples, eficientes y precisos. Es cierto que en la gerencia de procesos lineales, la complejidad sólo significa dispersión de esfuerzos y pérdida de competitividad, pues se supone que el contexto en el cual se desempeña cada actividad opera bajo reglas claras y estables, el reclamo permanente de los inversionistas.

La solicitud de garantías, sin embargo, es algo que no se le puede hacer ni al clima, a los ecosistemas, ni a la mayoría de fenómenos sociales, pese a que de vez en cuando algún legislador iluminado pretende regir el comportamiento de las nubes, los ríos o las multitudes. Ni siquiera la bolsa de valores es simple, por lo cual resulta excepcional, y a menudo perverso, que unos pocos actores disfruten de un régimen de estabilidad que la mayoría no, y que los recursos comunes que se invierten en proveer ciertas garantías para hacer predecible la economía no se compensen a la sociedad de manera adecuada. En otras palabras, a menudo los estados y sus políticas no hacen sino transferir recursos públicos al sector privado con la excusa de la estabilidad, transfiriendo toda la carga del riesgo y la incertidumbre propia de la existencia humana al resto de la sociedad, propiciando la paradójica existencia de “damnificados del desarrollo”.

Porque el mundo es inestable y la humanidad ha prosperado básicamente gracias a un periodo excepcional de condiciones planetarias que ahora reconocemos como el “Antropoceno” y que estamos a punto de abandonar, es que necesitamos poner nuestra atención en la resiliencia, una propiedad fundamental de los sistemas que define su capacidad de absorber perturbaciones sin perder su integridad y capacidad operativa. Cuando se han superado los umbrales de la resiliencia, que coloquialmente podríamos llamar “capacidad de aguante”, una gota más basta para “rebosar la copa” y el sistema colapsa, o falta un “centavo para el peso” y el sistema se transforma en otro más adecuado para responder a las tensiones del cambio. El reto está en identificar las tendencias del sistema, en términos adaptativos: se está anquilosando y volviendo vulnerable o se está fortaleciendo y volviendo robusto.

Colombia ha demostrado ser un país particularmente resiliente, muy probablemente debido a su riqueza biológica, complejidad ecosistémica y consecuente diversidad cultural. Desastres naturales y guerras continuas no han logrado destruir la nación, que persiste pese a sí misma, diría el profesor Bushnell. Pero una perspectiva de gestión que promulga la generalización de un modelo de desarrollo monolítico o una agenda y modo de operar muy centralizados es fatal, pues reduce progresivamente el margen de adaptabilidad a los cambios que se avecinan y arriesga acumular tensiones que finalmente nos derrumben. Considerar la gestión ambiental como gestión de la resiliencia social y ecológica permite entender mucho mejor los requerimientos de un desarrollo que quiere llamarse sostenible, pero que no se imagina en la práctica cómo hacerlo.

Cerca de 60 expertos globales se reúnen esta semana en los “Diálogos de Medellín” para promover la integración de la resiliencia socioecológica en las perspectivas del desarrollo mundial, entendiendo este último como una búsqueda del bienestar integral de la humanidad y no un ejercicio de crecimiento perpetuo de las actividades económicas o productivas, que además de que pocas veces cumple sus promesas, constituye un mito que desafía las leyes de la física y nos lanza fuera del espacio de seguridad planetaria que garantiza nuestra frágil existencia. Nos recuerda el profesor Johan Rockström, director del Centro de Resiliencia de Estocolmo, que los umbrales dentro de los cuales es factible la mayor parte de la vida como la conocemos han sido traspasados ya y que navegamos, al filo de la navaja, en un océano de incertidumbres que harán de la Tierra, en menos de una generación, un espacio mucho más turbulento de lo que ha sido hasta hoy. La discusión en el evento, apoyado por el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de Colombia y el Gobierno de Suecia, sin embargo,  será optimista: la capacidad adaptativa de la sociedad colombiana ha demostrado que tenemos lo que se necesita para adaptarnos rápidamente a un mundo cambiante, y esa experiencia es de por si un capital inestimable en las relaciones internacionales, si sabemos aprovecharla.

El reto pues, es saber si en el próximo plan de desarrollo estaremos ya en capacidad de hablar de un objetivo que, a la par de ratificar la transformación de los conflictos armados en conflictos innovadores, adopte una visión de fondo acerca del manejo de la resiliencia en nuestro particular modelo cultural, angustioso y esperanzador a la vez.

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