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La feminidad no le alcanzó al “Manitas” para redimirlo, pero al menos Emilia sacó lo mejor del narco e hizo posible esta maravillosa y perturbadora historia de Jacques Audiad, una buena candidata a los Óscares. En el Banco de la República el Gobierno Nacional acaba de nombrar una reputada economista, la doctora Laura Moisá, quien se une en su Junta Directiva a Olga Lucía Acosta y Bibiana Taboada, para configurar, por primera vez en la historia, un gobierno paritario en la entidad.
Bienvenida la transformación del Banco, y bienvenida su feminización, aunque ese carácter sólo se lo darán, en el fondo, las concepciones que de ello tengan las nuevas directivas, que también incluyen al doctor César Augusto Giraldo. Éxitos a todas y todos en su gestión.
La paridad de género, en el sentido de contar con igual número de mujeres u hombres biológicos en una institución no demuestra por sí sola una perspectiva feminista de nada, puesto que la búsqueda de justicia de género no plantea un tránsito estético o anatómico sino cultural. Las reivindicaciones a y de la mujer son precisamente expresiones de esa búsqueda: que no sea el determinismo biológico el que defina el sentido de la existencia, sino el reconocimiento del talento que precisamente por ello no se ha podido desplegar.
La feminización del mundo es ante todo un proceso de participación justa de todas las personas en el desarrollo de una sociedad, y la expresión de la lucha contra las discriminaciones, la mayoría de las cuales proviene de la idea reinstaurada ayer en la posesión del presidente Trump, de que “sólo existen dos géneros, hombre y mujer”, obviamente vinculada a su vocación de macho alfa y abusador sexual, pues ahí es donde el magnate identifica, paleolíticamente, el tema de las identidades.
No se necesita ser activista woke para ver el patrón de masculinidad tóxica en personajes como él y tantos que hoy gobiernan el mundo con convicción violadora, alabada incluso por innumerables mujeres, asunto de profundo análisis del comportamiento humano, pero que en la cotidianidad pareciera provenir de una tradición de abuso de la cual muchas no se logran librar.
La tenebrosa evidencia del maltrato familiar concentrado en niñas y expresado en el número creciente de feminicidios en la mayoría de sociedades, la obligación del silencio o el comercio de personas para alimentar las redes de prostitución forzada son hechos que diariamente documentan las organizaciones de derechos humanos y que poca atención reciben de los estados, por obvias razones: los gobiernan trogloditas, usuarios de la conveniente sujeción de la mujer a sus actos.
Hay narcos trans, como Emilia Pérez, quien no logra desprenderse de su pasado violento, así trate de expresarlo como resultado de la discriminación y la marginalidad, sin mucha elaboración. Pero la señal es clara, vivimos una epidemia de machismo creciente que produce toda clase de monstruos, como los terroristas del ELN, obnubilados con una narrativa revolucionaria primitiva, cada vez más pobre e injustificable, que los lleva a imponerse a lo bestia masacrando la sociedad civil. A las cuchas también.
Lamentablemente, no son los únicos, en la barbarie masculinista la guerra acaba siendo el último lugar que le da sentido a la existencia de egos frágiles y malcriados. Las personas trans nos reímos y dolemos del binario, no porque no respetemos la biología, todo lo contrario: la entendemos tan bien que consideramos inadmisible su uso para dotar de legitimidad el abuso de poder. Abrazo solidario a Vivian Jenna, mil preguntas para Melania, sombría e indescifrable bajo un sombrero… “vanguardista”.