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Analistas 14/09/2021

Dragar y hacer jarillones

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean

Una de las actividades de “mantenimiento” de las economía en este mundo pluvial e hídrico que nos correspondió vivir a los colombianos es el control de la sedimentación en los cuerpos de agua. Gastamos billones de pesos en contratar dragados y construir diques para asegurar el paso de las naves y habilitar tierras para la agricultura o la urbanización, cuando el problema no está en el río, sino en la montaña: el mal manejo de los suelos de ladera sigue siendo el factor fundamental en la desestabilización extrema del régimen erosivo de las montañas, deforestadas y azotadas por el fuego criminal. El origen del desastre probablemente se remonta a la visión ibérica del paisaje, reseco en la mayor parte de una península casi sahariana, donde solo la tenue línea costera del Atlántico norte puede considerarse húmeda.

La ingeniería prehispánica también se basó en la construcción de diques y el manejo de los sedimentos como base de su agricultura, pero la escala en que ubicó esos procesos le permitió consolidar unos paisajes más adaptados a los ciclos de inundación que construidos sobre el paradigma del control industrial del suelo. Es seguro que también los muisca o los zenúes, por nombrar los más conocidos, también sufrieron desastres asociados con la variación climática anual y multianual, pues la oscilación del Niño/Niña ha edificado y derrumbado civilizaciones en América desde que hay humanos tratando de adaptarse, hoy día más a las patadas que con ingenio, como demuestra la continua sepultura de dinero en obras efímeras, como las del río Cauca.

No tengo ninguna versión mística de los ríos, ni venero el sol y el agua, a pesar de declararme pagana, y considero que, como hacen los holandeses en sus costas, es factible desarrollar “soluciones basadas en la naturaleza” para convivir de manera sinérgica y no antagónica con las grandes fuerzas que dominan la funcionalidad de los ecosistemas. Si hay que dragar o hacer jarillones, se conversa con el agua y las tortugas, y se hacen con la sensibilidad que la ciencia y el arte proporcionan, no con la arrogancia machista, la narrativa heroica y la práctica mafiosa de quien pretende domesticar los elementos y llenar con ello sus bolsillos: a eso llamamos sostenibilidad con equidad. Y para evitar que la dinámica de los ríos sea un desastre en el imbricado tapete que teje el agua en las planicies, hay que asegurar primero el bosque de las montañas y prever más ciénagas, siempre más productivas que los suelos expuestos. Hace años se demostró que una hectárea de un humedal bien manejada produce 10 o 20 veces más carne (y empleo) que el potrero que deja la desecación. Tal vez el retiro paulatino de jarillones, al menos en La Mojana, sea una opción más sensata que insistir en controlar arena entre los dedos.

Como corolario, de 30 distritos de riego mal contados que hay en Colombia, no funcionan 29: un desastre ecológico derivado de la incapacidad de los productores para compartir y usar el agua con sensatez. Prefieren matarse antes que llegar a acuerdos, una señal de las causas profundas del desastre institucional que se vuelve ambiental al tocar el territorio. Menos mal llegan los tiempos del caos climático, a ver si nos organiza. ¿Será que toca darle agencia al calentamiento global, a ver si poniéndole cuernos nos moviliza? ¡Sagrado carbono!

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