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Analistas 10/05/2021

Declaración de intereses

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean

In memoriam, Humberto Maturana

El bien común es el ámbito superior donde las personas se enfrentan a aquellas decisiones que oscilan entre el altruismo y el egoísmo, uno de los problemas clásicos de la ética abordados por la economía, la ecología y la evolución, entre otras disciplinas. Las ciencias del comportamiento indagan en las raíces genéticas y luego sicológicas de las decisiones que llevan a un individuo a sacrificar su propia vida para defender la de otros (siempre los de su misma especie, no se ha oído de “héroes ecosistémicos”, así haya patos que críen gallinas) o a sacrificar la de los otros para defender sus intereses, lo que obviamente configura el origen del mal, y de paso, diría, de toda insostenibilidad.

Dado que la evolución no favorece, como regla del juego, ninguna estrategia biopolítica, no se legitiman ni condenan los depredadores o los parásitos, ni se elevan las virtudes del comensalismo a la sociedad humana, pues de nada sirve juzgar moralmente su comportamiento. Esopo y Orwell contaron historias edificantes al respecto y existen memes muy divertidos acerca del monje que medita, enronchado, en medio de una nube de mosquitos. Ellos concocían también el alcance de las analogías biológicas y el determinismo: la naturalización pretendida de los comportamientos y decisiones humanas puede ser edificante, ilustradora e inspiradora, pero llevada más allá termina en ecologías autoritarias.

Pretender que el bien común es una preocupación natural y exclusiva del servidor público, y que en contraste los empresarios y el sector privado sólo se guían por la ambición desmedida y el egoísmo es caer en esa caricatura simplista de otras fábulas y las diferentes vertientes de la propaganda, proveniente de una manera de entender el mundo como producto de la guerra.

Eris, la diosa de la discordia, reinando. Los intereses de quienes dicen representar a otros en los órganos de gobierno que también están teóricamente amparados en las buenas intenciones, también operan dentro de las capacidades humanas que todos tenemos. De ahí que más a menudo sirvan a sus egos, a los de quienes los cooptan o patrocinan, especialmente cuando pretenden hablar en términos de “la verdad”, descalificando por cualquier medio a quienes no piensan como ellos. Deslegitimar es estratégico, claro, pero el único lugar seguro desde el cual hacerlo es el mundo sobrenatural.

En la discordia contemporánea, el Estado es enemigo de la sociedad, el pueblo de la democracia, los empresarios del buen gobierno. Llegamos al nivel más simplista y paradójico de plantear la evolución social y reducir las controversias hasta el nivel más crudo de la simulación, volviendo el discurso memes y las pestes genes, cuando es la complejidad de las conversaciones la que crea los ámbitos de interacción en que descansa no solo la continuidad de un mundo que es único a cada momento, sino en su progresiva y gozosa diversificación.

Construir alianzas público privadas, espacios de cooperación y negociación entre visiones del mundo, alimentar la conversación con perspectivas mixtas también es parte del interés común y no se hace sólo con la pretensión de ser asépticos. El trabajo de consultoría representa una contribución fundamental al bien común cuando se rige por los principios éticos de esa búsqueda, tan llena de incertidumbres como las decisiones de un gobernante, que puede pensar en su nación antes que en sus amigos y patrocinadores, o viceversa.

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