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Analistas 06/05/2025

Apagón ibérico

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean
La República Más

Tal vez fuese más interesante la intriga internacional que supone un ciberataque como causa del reciente apagón en España y Portugal, pero lo cierto es que todo apunta a un evento sorpresivo, emergente, propio de los sistemas complejos, y que, por lo mismo, aún no ha sido reconocido más que como hipótesis: España genera buena parte de su energía a partir de paneles solares, especialmente ubicados en las áreas mediterráneas, combinados con turbinas eólicas que aprovechan los vientos cantábricos del norte, una combinación afortunada en términos de renovables, pero probablemente fatal el lunes pasado, cuando una masa gigantesca de nubes cubrió súbitamente el territorio solar, causando una caída de tensión que no pudo resolver el sistema. Otras hipótesis apuntan a cambios ambientales súbitos o problemas más convencionales como diferenciales extremos entre oferta y demanda.

La hipótesis del eclipse energético o cualquiera que no sea la cibernética parece plausible en tanto las diversas fuentes de generación, así sean más sostenibles, requieren importantes inversiones en sistemas de transmisión que puedan administrar la diversidad de condiciones locales de entrega o consumo, un balance al cual no se le ha dedicado suficiente atención. En Colombia, por ejemplo, el atraso en la construcción de líneas de transmisión ya raya en el ridículo, en especial cuando las licencias ambientales no llegan bajo la premisa de que la “radiación electromagnética” de los tendidos causa cáncer o amenaza de extinción al tigrillo lanudo. Ciencia pura. La transición energética, de la cual España ha sido abanderada, es cierto, aprovechando el marco regulatorio y los subsidios europeos, no es factible sin una cuidadosa ponderación de los tiempos y movimientos de un sistema que naufraga en el atraso regulatorio más que en el desarrollo de tecnología. Mover energía es más complejo que mover agua, aunque tal vez no tanto como gestionar servicios ecosistémicos como la polinización o la regulación del fósforo continental; al menos hay inversiones significativas en el sector: apenas se asoman algunas experiencias de manejo integral de la biodiversidad con criterios de sostenibilidad, el fundamento de una bioeconomía robusta y eficiente capaz de reemplazar los combustibles fósiles. En nuestra casa ya compramos el “barrilito apartamentero”, dos bultos de carbón, por si las moscas, y ampliamos nuestra área de siembra de arbolitos frutales para compensar la huella de CO2 y producir aguacates de vez en cuando. La propuesta de nuestro Gobierno, así no sea explícita, parece seguir siendo la del decrecimiento: todo Kw se considera un lujo, sobre todo si fortalece “el modelo económico convencional” que curiosamente no incluye el desperdicio infinito causado por subsidios mal diseñados.

Mientras España, o Chile, o Puerto Carreño sufren los rigores del colapso momentáneo de sus sistemas de provisión energética, Cuba y Venezuela hacen maromas por sobrevivir día a día, en medio de sistemas públicos destruidos por gobiernos mafiosos, una causa de crisis más difícil de manejar que la reposición de unos fusibles. Vuelve a ponerse sobre el tapete la principal cualidad de la generación, que es la confiabilidad, derivada de la sabia combinación de fuentes y mecanismos de transmisión, innovación tecnológica y gobernanza, algo que en nuestra transición no se ve para nada con claridad: incluso la geotermia, tan aplaudida ambientalmente, ahora es criticada porque “lastima la madre tierra”. ¡Nos merecemos el apagón!

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