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Analistas 21/09/2018

La promesa del galeón

Augusto Garrido
Docente de Ingeniería Civil
Analista LR

Los indios del Caribe supieron endulzar el oído de los españoles con dos fábulas: El Dorado y la mítica isla de Bimini donde se encontraría la fuente de la eterna juventud. Más de uno perdió la vida en la búsqueda estos lugares, pero ¿quién podría acusarlos de locos si entonces el mundo era tan joven?

El valor de estas ilusiones radica en que, al fijarse en la fantasiosa y obstinada mente de los españoles, se convirtieron en el viento que movió los barcos de los grandes conquistadores. En realidad, no hubo fracaso. Los resultados son claros: los dominios de su majestad el rey de Castilla, se extendieron hasta límites insospechados. El Dorado no era una ciudad, era un continente. Las aguas de la eterna juventud no reposaban en una tranquila laguna, sino que corrían turbulentas por el Amazonas, el Magdalena, el Paraná y el Orinoco.
La historia de nuestra América aún hoy está llena de estas fantasías. Piratas, sirenas, hechiceros y galeones que yacen en el fondo del mar, se entrelazan para escribir nuevas fábulas que siguen perturbando la cordura de más de uno. Pero, quien no crea en fábulas que tire la primera piedra, pues el mundo sigue siendo joven.

El galeón San José, un barco cargado de oro, esmeraldas, perlas y todo tipo de piedras preciosas que reposa frente a las costas de Cartagena desde hace más de 300 años, hoy cautiva a tantos como en su momento, la idea de El Dorado o la fuente de la eterna juventud cautivó a los crédulos españoles.
Este barco es un símbolo de esperanza, pero paradójicamente es también el emblema de una ciudad ahogada en el pasado: Cartagena de Indias.

Es esperanza porque su tesoro podría ayudar a sanar las heridas de una sociedad escandalosamente desigual. No con una visión utópica y robinhoodezca de repartir el dinero a los pobres, sino con la generación de espacios que ayuden a construir identidad. Espacios que estén abiertos a todos.

De nada servirá construir un gran museo pensado para el turista que paga en dólares, pero desconectado del pueblo cartagenero. Habrá que hallar un justo medio.

El tesoro del galeón San José debe hablar de tú a tú al cartagenero común, impulsarlo a soñar en grande, moverlo a nuevas conquistas. Si esto no se logra, mejor sería dejar reposar en paz el barco en el fondo del Caribe.
Florentino Ariza, el protagonista de la novela “El amor en los tiempos del cólera” de García Márquez, se prometió aprender a nadar, y a sumergirse hasta donde fuera posible, para poder contemplar el tesoro. Este deseo de mejorar es lo que el museo del galeón san José debe promover entre los cartageneros.

Este rescate no puede ser planteado con las mismas intenciones de un grupo de ladrones que se sientan a planear el robo de un banco, ni siquiera con las de un minero que ha descubierto un nuevo yacimiento. No. Este rescate debe ser visto como la oportunidad histórica en la que una ciudad que ha permanecido 300 años ahogada emerja victoriosa a la superficie.

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