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La semana pasada murió un amigo del alma y ser humano excepcional, Santiago Quintana. Pero mas allá de la amistad que nos unió y de nuestras largas conversaciones tratando de arreglar el país - muchas que dieron lugar a varias de mis columnas el año pasado- quiero hacer un homenaje a un emprendedor, pero ante todo un ‘buena gente’.
Como muchos de los que se atreven a ‘echarse al agua’ a crear empresa, desde joven fue una persona arriesgada y sin límites, cualidades que le servirían para formar su futuro. Pero más allá de su éxito profesional, quiero resaltar algunas de las cualidades humanas que lo caracterizaron y que veo reflejadas en muchos amigos emprendedores y luchadores -que a pesar de la adversidad- trabajan día a día por alcanzar sus sueños y transformar las industrias en las que trabajan.
Uno de sus grandes talentos fue la inteligencia emocional. A pesar de que en su juventud era un potro indomable, logró transformar esa energía en habilidades para alcanzar sus sueños, incluido conquistar a la mujer que tanto amó y ser un padre dedicado. Como todo ser que deja huella tuvo una alta dosis de locura, la cual le permitió trazarse metas que parecían inalcanzables y no rendirse en el intento.
Tenía el don de escuchar e interesarse en los otros. En vez de hablar de él, se entregaba a cada persona que conocía como si fuese la persona más importante del mundo. Desde el portero hasta el presidente, siempre trató a todos con el mismo respeto y atención. Su generosidad y buena energía tocaba el corazón de las personas y lograba convencerlos de que sus historias y sus sueños eran relevantes.
Al igual que otros emprendedores cercanos a mí -a quienes respeto y admiro- tenía la actitud que hace la diferencia para triunfar en el mundo empresarial. Pasión, positivismo, dedicación, apetito a riesgo, generosidad, honestidad, creación, innovación y empuje; cualidades que le permitieron crecer, buscar nuevos horizontes, crear empleo, atraer nuevos socios, armar equipos, motivar a la gente a su alrededor y ser disruptivo en su industria. Su determinación y perseverancia le permitieron no rendirse ante problemas de flujo de caja, de socios, jurídicos, de competencia, de regulación y de cualquier otro reto que se le interponía en el camino. Siempre veía el vaso medio lleno.
Al igual que él, muchos colombianos se levantan cada día a ver la manera de crear empresa, impactar en sus comunidades y contribuir para tener un mejor país. Sea montar un puesto de empanadas; una firma boutique de asesoría para el sector del turismo; una Fintech para la financiación en punto de venta; o una empresa de bienes raíces para el sector de telecomunicaciones; a todos los mueve la pasión por hacer empresa y el reto de lograrlo. Para ser emprendedor, se requiere de una energía y una motivación especial.
Por eso si queremos generar confianza inversionista, disminuir la pobreza, traer oportunidades a las zonas de conflicto, crear empleos y generar mejores condiciones de vida para todos los colombianos, dirijamos nuestra energía y recursos a la generación de nuevas empresas. Menos burocracia y más iniciativa privada.
Atrevámonos a soñar en un país mejor, a invertir en nuevas ideas y al igual que mi amigo Santiago, no desvanezcamos hasta alcanzarlo.
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