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Analistas 03/02/2021

La economía bizantina

Judith Herrin, historiadora británica, nos descubre en su libro “Bizancio” la relación entre la agricultura, intercambio comercial y festividades religiosas. En su libro, la autora narra que Constantino VI (771 - 797), después de derrotar a los árabes, rezó en la iglesia del Evangelista en Éfeso y asistió a la feria de San Juan, celebración anual que atraía a los peregrinos. Los comerciantes, incluidos los productores agrícolas, pagaban un impuesto llamado kommerkion o derecho arancelario, que Constantino VI cedió en esa ocasión, para ganarse los favores del apóstol San Juan.

Este modelo económico, impuesto también en Grecia y Roma, sostuvo la vigencia del Imperio Bizantino como parte fundamental de la base impositiva. Esta se nutría también a través de las leyes destinadas a controlar el pago de impuestos por la importación y exportación de bienes, en los diferentes puntos fronterizos. Los emperadores tenían monedas propias, con sus imágenes grabadas en oro, plata y cobre.

En la antigua Grecia, las actividades de la mujer estaban concentradas en el hogar (oikos). A algunas les dedicaban festividades especiales, ligadas a la agricultura y a la fertilidad de la tierra. En Creta, tenían derecho a heredar y eran valoradas porque trabajaban sus campos para alimentar a la población.

Hoy, nuestra mujer rural tiene muchas dificultades. La tendencia es a cambiar el campo por la ciudad, por lo que se pierde el conocimiento de la siembra, el cultivo y la cosecha. Habría que pensar en una participación igualitaria, con subvenciones para ambos cónyuges, que les garanticen ventajas fiscales y acceso a préstamos públicos. En Uruguay, por ejemplo, aprovechan las tierras improductivas para invertir en mejoras tecnológicas que suelen ser exentas de impuestos a ciertos productos autóctonos.

En ausencia de un liderazgo político eficaz en muchas regiones, hacen falta emprendedores que apoyen la creación de sinergias entre la agricultura y los comerciantes locales, sin intermediaciones. Estas iniciativas han despertado un nuevo interés durante la pandemia, ofreciendo narrativas propositivas entre los productores y consumidores. En Colombia, donde las víctimas de la violencia viven en constante empobrecimiento, nuevos líderes que respondan por los derechos de la mujer en el campo, irían más allá de una mera evocación del antiguo vínculo romano entre el campesino y la tierra que cultivaba.

En la India, pese a la agobiante pandemia del coronavirus, movimientos campesinos han desafiado al Gobierno nacional como nunca. Los agricultores exigen que se deroguen tres nuevas leyes ‘proempresariales’ para reformar el sistema agrario del país y que los hacen vulnerables a la explotación por grandes corporaciones. En Nueva Delhi, dos meses de manifestaciones no han sido suficientes para descongelar las negociaciones, que se mantienen paralizadas por el desentendimiento del gobierno frente a las inquietudes y demandas.

Lo cierto es que los más afortunados debemos cambiar el enfoque. Hace falta voluntad, colaboración e iniciativas que beneficien la actividad comercial agrícola, para lograr que la reactivación económica sea una realidad.

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