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La situación por la que atraviesa Colombia no es exclusiva y el frenesí social se observa en casi todos los países, el punto es cómo lograr canalizar la coyuntura para forjar futuro
La noticia es la misma en Colombia, Chile, Perú, Ecuador, Venezuela y Bolivia: una ola de protestas con menor o mayor intensidad y por distintos motivos recorre Latinoamérica bajo el hilo conductor de las reivindicaciones económicas y un reclamo generalizado por el manejo de la economía, independientemente del modelo. Hay diferencias abismales entre lo que se exige en Venezuela o en Bolivia y lo que se reclama en Chile o Colombia, por ejemplo; pero el malestar contra los gobernantes se ha convertido en una suerte de epidemia que reclama reformas estructurales que van más allá de lograr buenas estadísticas macroeconómicas. Al cierre de este 2019, Colombia y Bolivia serán los países que más crecen en términos de PIB, asignatura ganada con méritos, no obstante no ha evitado el agite social que los tiene en medio de un limbo económico a los ojos de las calificadoras y la banca multilateral, instituciones que más influyen en las decisiones de los inversionistas.
Son muchas las preocupaciones que se ciernen sobre la región. La primera tiene que ver con la dificultad en lograr una “integración regional” clara que se plasma en el exceso del individualismo como sociedad, pues cada país camina por su lado sin fortalecer ni afianzar los tratados de comercio o el intercambio financiero. Todos actúan como islas en un continente con países no competitivos sino complementarios, con una misma raíz cultural, sin diferencias religiosas y la ventaja de contar con el mismo idioma. Una segunda preocupación tiene que ver con los factores estructurales de cambio como es la “innovación”, elemento que no hace parte de los objetivos de desarrollo en Latinoamérica. La tercera preocupación es que la “pirámide social” se ha mantenido intacta desde tiempos de la colonia e importada por los españoles como una estructura vertical monárquica y religiosa a la cabeza, elementos que se han remplazado por la “corrupción”, que viene a ser el gran problema y la cuarta gran preocupación sobre la región. La estructura básica social no ha cambiado, muy a pesar de que todo lo demás sí lo ha hecho, incluso ha habido gran progreso.
La “inequidad patrimonial” es una de las principales preocupaciones en el sentido de que se fortaleció con el arraigo de la “cultura del privilegio”, en la que quienes acceden a los cargos y a las grandes decisiones crean sus propios círculos de apoyo en los gobiernos, quienes a su vez hacen un mal uso del poder político. El progreso de los países no solo debe ser económico, debe tener otras dimensiones como la salud, la educación, la vivienda y el acceso a las nuevas tecnologías, es decir, a la infraestructura digital.
Una séptima preocupación es la “ausencia de liderazgo” y la escasa generación o desarrollo de nuevos líderes, quizá esto se deba a que los partidos políticos son débiles y es allí en donde está el caldo de cultivo de las personas llamadas a hacer los cambios.
El listado de preocupaciones puede ser más largo, pero también hay elementos para señalar una hoja de ruta: la hiperconectividad se ha incrementado y puede ayudar; los inversionistas quieren certezas y requieren separación de poderes; las regiones al interior de los países son muy poderosas y hay que fortalecerlas, pero para lograr cambios hay que trabajar en la “confianza”, la “igualdad ante la ley” y aprender a mirar a la gente y menos a las estadísticas.
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