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Colombia cobró protagonismo durante estas elecciones presidenciales, un foco que no hay que dejar de perder, pues Estados Unidos sigue siendo el mercado natural más importante
Nuevamente las cosas en la región están girando a la izquierda obedeciendo al péndulo político con leves variaciones de un país a otro. Una ola de protestas sociales obligaron a la institucionalidad chilena a cambiar su constitución política para que la carta magna interprete más a las nuevas generaciones. Las fuerzas de cambio más cercanas a una economía de mercado no se consolidaron en Bolivia y un Evo Morales fortalecido podrá volver a influir con su ideología cercana al decadente chavismo.
En febrero, Ecuador irá a las urnas para elegir presidente en medio de su tradicional crisis política que reclama el regreso del liderazgo de Rafael Correa que tiene candidato en cuerpo ajeno liderando las encuestas, seguido por un emergente candidato indígena radical, de tal manera, que la izquierda no tiene pierde hasta ahora. En abril del próximo año, Perú elegirá presidente y en la baraja de candidatos hay una inmensa mayoría de personajes nacionalistas que quieren capitalizar ese descontento social que recorre el vecindario.
De Venezuela ni hablar. Habrá elecciones y no hay posibilidad democrática alguna de que el chavismo salga del poder, situación que agudizará una crisis socioeconómica que parece no tener fondo y que arrastra a Colombia con su ola de migración generadora de problemas sociales y económicos, pues no hay dinero para atender una tragedia que se volvió paisaje en América Latina. No se puede dejar de mencionar en este recorrido que Argentina volvió a revivir el populismo de la familia Kirchner y que cada vez más ve comprometida su economía de libre mercado; una situación tradicional en un país que siempre le coquetea al impago de la deuda soberana.
De México no hay mucho que decir, pues desde hace un par de años está regido por el presidente de izquierda, Andrés Manuel López Obrador, un hombre bien popular entre los mexicanos, pero de regulares resultados en materia económica y reducción de la pobreza. En medio de este panorama llegan las elecciones por la Casa Blanca, que paradójicamente, nunca se habían dejado contaminar de la polarización entre izquierda y derecha típica de los países latinos.
A Colombia no le debería importar quién gane las elecciones en Estados Unidos, ni que quien lidere los destinos sea republicano o demócrata, porque no solo estamos atados económicamente a su destino comercial con un tratado de libre comercio, sino que son el respaldo y la garantía de que el país sea viable y no caiga en una democracia en la que mande el narco con el ejército mejor dotado. Una buena parte de la seguridad nacional colombiana descansa en un aliado como Estados Unidos y su Departamento de Defensa que ayuda económicamente, asesora y entrena en la guerra permanente contra los narcotraficantes. Colombia no se puede dar el lujo de jugarse a fondo con un candidato presidencial, pues necesita de los políticos y empresarios estadounidenses para salir adelante; siempre ha sido así y esto no puede cambiar. No se pueden cubanizar las relaciones con el motor de la economía mundial.
Demócratas o republicanos no deben hacer la diferencia en la Casa Blanca o el Congreso y debemos tener una sola hoja de ruta diplomática siendo conscientes de que su ayuda es vital y que por varios años más Estados Unidos seguirá siendo nuestro primer socio comercial y motor de la economía.
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