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Comportamiento de la inflación en Colombia
La inflación de agosto llegó a 5,10% muy cerca del camino a encajarse en los planes del Emisor, entidad que contra viento y marea ha sido acertada en con su tasa de interés
Si bien la inflación en Colombia es indómita o un hueso duro de roer, ubicándose en 5,10% al octavo mes del año, sí hay que reconocer que en muy pocos meses, si todo marcha como va en materia económica, el Índice de Variación de Precios al Consumidor, IPC, esté en el rango previsto por el Banco de la República de entre 2% y 4%, un logro que va en camino a alcanzarse, ojalá antes del primer trimestre de 2026 y que obligaría a bajar el costo del dinero no solo al Emisor, sino también a la banca comercial.
Es claro que la inflación colombiana no es una cifra de escándalo, pero sí es la tercera más alta de la región, solo superada por el dato de Venezuela y Argentina; además es evidente que desde las cifras macroeconómicas aterradoras que dejó la pandemia, es la inflación la más difícil de hacer regresar a niveles promedio del mundo.
Hay varias razones que explican por qué el IPC colombiano es tan difícil de manejar, la primera es que los costos de los servicios públicos siguen siendo muy volátiles, muy a pesar de que, en teoría, son regulados, pero dependen de un sistema de formación de precios indiferente a las leyes del mercado.
La segunda razón de una inflación dura de bajar es el costo de los alimentos que obedecen a factores climáticos; los días secos, lluviosos o con viento, siguen afectando los suministros en las centrales de abasto; aún el país no cuenta con sistemas de almacenamiento sofisticados que no solo guarden cosechas, sino que mantengan los precios sin caer en la especulación; las cosechas no están bien conectadas con la distribución ni con la demanda de los consumidores, lo que conlleva a una variación permanente de precios. Y lo que tiene que ver con los productos importados, la situación está sujeta a la volatilidad del dólar.
La tercera razón por la cual el país no tiene un control pleno de la inflación es el transporte, afectado por una red poco competitiva de carreteras y abundancia de paros, protestas, bloqueos que infartan permanentemente las líneas de suministros de los productos agropecuarios. Se pueden sumar también los precios de los combustibles que cada mes siempre son reajustados sin razón aparente a fórmulas no sincronizadas con la formación económica de los precios de los alimentos. La volatilidad del dólar puede ser otra razón, por vía de los bienes y servicios importados y que pesan en la canasta familiar en una tercera parte de su composición.
El país económico para andar a una velocidad de crucero y garantizar un crecimiento ideal por encima de 4%, debe mantener la inflación en el rango diseñado por el Emisor, de tal manera que haya un juego que permita hacer las cuentas con 2% de piso y 4% de techo, sin tener distorsiones dependiendo de los meses, las lluvias, las protestas o los gobernantes.
El problema de los últimos tres o cuatro años, en términos de inflación, es que hubo una ruptura en la unidad de políticas públicas que sincronizara expectativas, el Gobierno que recogió el desastre de la pandemia no logró en pocos meses meter en cintura servicios, producción, importaciones y transporte, no obstante, su papel ejecutivo en mantener la variación de precios a la baja ha superado las expectativas, pues ha sido una época inusual de desaceleración rápida de la inflación cuando se esperaba que los precios altos no fuera una preocupación gubernamental.
Al menos, al final de este año, el ritmo con que camina en los mercados la inteligencia artificial es lento lo que genera muchas expectativas frente al impacto en la economía global
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