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El Banco de la República experimentará en los próximos meses un cambio de época en medio de una generalizada esperanza en el papel que juegue en la reactivación, ¿qué debe hacer?
En un solo un par de semanas, el Banco de la República empezará a experimentar un cambio en su alta gerencia como consecuencia de la llegada de un nuevo gerente general, Leonardo Villar, quien seguramente le imprimirá estilo propio a su administración y liderazgo, que se extenderá hasta 2025.
Es de esperar que el economista lleve sus propias figuras a la entidad y que la haga evolucionar a otra etapa de desarrollo mucho más digital y tecnologizada. Su llegada estará acompañada de una obvia renovación de algunos codirectores que renunciaron y otros que serán cambiados a discrecionalidad del Presidente, quien tiene la potestad de rotar esas figuras. En pocas palabras, cambios son lo que se vienen al interior y al exterior del Banco.
Claro está que lo que funciona y no tiene problemas de reputación o credibilidad, no es necesario tocarlo; viejo es el dicho “no lo pula que lo daña”, pero hay más inclinaciones por verdaderos ajustes. El primero es preservar su independencia, así todos o la mayoría de sus codirectores deban su cargo a la actual administración.
No es una entidad totalmente autónoma y aún conserva hilos conductores con el Ejecutivo que pronto tendrán que ser discutidos en el Congreso y la academia, pero es crucial que mantenga esa línea vigilada y robustecida, como un tesoro, por los tres antecesores de Villar: Urrutia, Uribe y Echavarría, quienes mantenían buenas relaciones con los ministerios económicos y la Casa de Nariño, al tiempo que mantenían una prudente distancia que no se debe acortar y evitar que el banco central retroceda al siglo XIX.
Un segundo deber pendiente es mantener el traslado de utilidades a las arcas nacionales, monto que en los últimos cuatro años ha superado los $7 billones, casi la mitad de una reforma tributaria. Este hecho es uno de los menos conocidos y es que después de Ecopetrol, es la entidad que más dinero le da al Gobierno. Antes, en tiempos de Urrutia y Uribe, la gran obsesión de los banqueros centrales y sus codirectores era mantener el poder adquisitivo del peso y su lucha contra la inflación.
De momento, esa batalla se está ganando con creces, al punto que para este año y el próximo la variación de los precios estará por debajo de 2%, cifra que era el piso histórico de la inflación. El deber ahora consiste en ajustar ese piso y ese techo y anclar las tasas de intervención en el mercado en menos de 2% para asegurar una recuperación del consumo de los colombianos.
El papel del Emisor en la recuperación es enorme, no solo manteniendo la inflación a raya como lo ha hecho en los últimos cuatro años, sino sosteniendo las tasas en su nivel más bajo, pero garantizando que este dinero barato se trasmita a los cuentahabientes, que no se utilice en inversiones en TES por parte de los bancos, tal como ha sucedido algunas veces.
Para garantizar esta situación debe trabajar más de la mano con la Superintendencia Financiera y preservar esa especialización de vigilancia y control al sector beneficiado con la permanencia o la presencia de alguno de sus codirectores con perfiles muy especializados, como ha sido el caso de Gerardo Hernández, quien es abogado y venía de la entidad de vigilancia. Como colofón, no sobra recomendarle al nuevo gerente que el Banco es una entidad del Estado y que debe igualmente apretarse el cinturón y actuar acorde a un necesario gobierno austero.
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