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Marine Le Pen

viernes, 3 de marzo de 2017
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Entre eventos de la campaña electoral francesa acontecidos en las últimas semanas, uno en particular se presentó con la encargada del Frente Nacional y candidata presidencial, Marine Le Pen, quien rechazó usar un velo para oficiar un encuentro con Abdul Latif Deryan, una alta dignidad del Líbano.

Antes que usar dicha prenda,  la política francesa prefirió evadir el encuentro y dejar atrás tal compromiso. Las críticas no se hicieron esperar, más aún cuando relacionan un comportamiento de ese tipo con sus posturas y perfil político nacionalista de ultra derecha. A pesar de los cuestionamientos dirigidos tanto a la candidata como al muftí libanés, ambas posturas conservan una lógica, de acuerdo con la posición que se valore.

Sucedió la semana anterior. Marine Le Pen, una mujer de la política francesa, claramente identificada con la derecha extrema, y actual candidata presidencial, acudió a un encuentro programado con el muftí Deryan, pero dicha reunión nunca se dio, puesto que una exigencia innegociable para Le Pen era usar el velo para la reunión, cosa que no aceptó bajo ninguna circunstancia. Su actitud se pudo comparar con casos como el de María Luisa Poncela, secretaria de comercio español, cuando Felipe VI visitó a Salman de Arabia. Poncela simplemente usó una falda corta, no el atuendo (abaya) que se suponía. O el de Michelle Obama en 2015, quien tampoco usó el velo en una visita de Estado de su esposo a Medio Oriente. Incluso el caso mismo de la ministra de defensa germana, Ursula von der Leyen, quien objetó usar tal atuendo (velo) en una visita oficial a Arabia Saudí.

En temas de protocolo no existe una posición única claramente establecida. Sin embargo, la norma supone que el anfitrión espera de sus invitados un comportamiento acorde con la cultura y sociedad que visitan. De acuerdo con ello, le correspondería a Le Pen usar el velo, adaptándose a las costumbres libanesas y siendo consecuente con la realidad de la nación visitada. No obstante, con la relativa radicalización de las demandas por la equidad de género en Occidente, un comportamiento como el de la candidata debería asimilarse fácilmente. Resulta, por tanto, difícil señalar la posición más razonable. Además, Le Pen, por su parte expuso claros antecedentes en los que se reunió con líderes del mismo rango, e incluso superior al del muftí, sin usar el velo.

El significado otorgado a un evento que en suma pareciera trivial, es relativo, pues al ser un cruce cultural profundo, no se puede lograr consenso sobre la manera correcta de actuar en tal situación. CNN, por ejemplo, encuestó a su público al respecto. Con un total de 6.638 votos válidos, el 82% de los encuestados indicó estar de acuerdo con Le Pen en no haber aceptado el uso del velo. Sólo el 18% entendió la actitud libanesa. Una postura que, por cierto, se generalizó en profundo desconcierto e irritación.

Ahora, en todo caso, y a pesar de los cargos imputados a uno de los miembros de su equipo de seguridad, Thierry Légier, a su jefa de gabinete, Catherine Griset, y al escándalo generado por Frédéric Chatillon, la candidata nacionalista sigue liderando, como Trump lo hizo ante la incredulidad de medio mundo, las proyecciones para instalarse en el Palacio del Elíseo. Salvo que el reciente acuerdo entre Macron y Bayrou fructifique, será ella quien gobierne a los franceses.

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