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Cambia el mapa político en Latinoamérica y lo hace de la mano de Chile y de los liderazgos perseguidos en Venezuela. El primero, logra pasar la página del socialismo en las urnas, eligiendo una visión democrática que defiende la seguridad, el orden y las instituciones. El segundo, que aún sufre del régimen que restringe libertades, reconoció una heroína a través del Nobel de la Paz, donde el mundo hace eco y unifica su voz de rechazo a las ideologías, al populismo y la pauperización del pueblo venezolano, mensaje que transmite esperanza con firmeza, como dice su himno “Gloria al bravo pueblo”.
Por un lado, las urnas chilenas han decidido un viraje estratégico en la región: José Antonio Kast se impuso con una mayoría contundente, una votación que se convierte en un mandato claro y que al mismo tiempo, obliga a escuchar la ansiedad social que lo produjo. Por el otro lado, el Comité Nobel de Oslo no sólo premió a María Corina Machado, líder que sufrió el destierro de sus hijos y la persecución contra sus colaboradores de oposición por años, siendo reconocida por su persistente defensa de derechos y libertades frente a la represión del régimen de Nicolás Maduro.
¿Qué lecciones dejan estos dos hechos tan distintos en forma, pero tan complementarios en su mensaje? La primera es que la democracia es ante todo una visión a veces compleja y en algunos aspectos insuficiente para dar solución a todos los problemas de un país, pero necesaria para proteger a la sociedad de la desfragmentación institucional. Votar no debe ser una acción automática y periódica, es una herramienta que permite premiar o castigar, promover o restringir una propuesta de país y en últimas, expresar la ansiedad y los miedos que la población quiere evitar, así como la expectativa sobre la forma y las aspiraciones con las que desean vivir.
Que los chilenos hayan optado por un proyecto de orden y seguridad, explica el fracaso de la política del gobierno anterior que no supo mitigar miedos reales: inseguridad y estancamiento económico. Ese mismo resultado confirma que la salida política de la izquierda siguió y atendió la ruta institucional: hubo respeto por la decisión, no se alteró ni siguió el libreto típico de acusaciones de fraude o que no reconoce los resultados ni al contrario vencedor.
Colombia no solo debe cuidar esta ruta para las próximas elecciones, sino que debe estar muy vigilante, para evitar que se aticen las masas con discursos de rechazo a la decisión del pueblo en las urnas, para generar violencia, disturbios y caos. La queja legítima mediante la elecciones contra los populismos, no puede convertirse en el desprecio a la voluntad popular, perdiendo la brújula democrática.
Segunda lección: hay momentos en que la democracia gana cuando la libertad individual y la valentía cívica se convierten en faros internacionales. El Nobel a María Corina es además de un reconocimiento personal, un acto de solidaridad con quienes dentro de Venezuela resisten la asfixia institucional y la persecución. Premiar ese coraje es enviar un mensaje: que la comunidad internacional valora reglas de la democracia y no el populismo. Es una apuesta por el derecho de los pueblos a que se respete su decisión sin coacción.
Tercera lección: La defensa de los derechos y la contención del miedo social no son objetivos contrapuestos; son complementarios. Chile nos recuerda que pueden soportar las alternancias en el poder, respetando las instituciones y la voluntad popular. El caso de Venezuela nos recuerda que la anulación de libertades, la prensa, la sana oposición y la libre empresa, como se han expropiado muchas bajo el régimen en ese país, hace inviable un país. El nobel reivindica esta visión política, la de las democracias, no de las dictaduras.
Esos dos hechos: el voto chileno por Kast y el Nobel a María Corina son un recordatorio de que la democracia es un proceso permanente que exige responsabilidad, que no se le puede dejar solo a los políticos, que requiere memoria histórica para no repetir errores y pedagogía para no delegar la importancia de nuestra decisión y en la que delegamos cómo y quiénes nos van a gobernar. Que el mundo replique estas lecciones. La paz y la libertad se cultivan por la sociedad, se promueven por los líderes que deben protegerlas y se respaldan por la decisión del voto ciudadano. Atentos, vigilantes y con mucho criterio de país para las elecciones de 2026, no podemos repetir los errores.
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