El primero es que mediante la aplicación de nuevas tecnologías de extracción de hidrocarburos, Estados Unidos pasó en 2012 a ser el mayor productor de gas natural del planeta y, según estimaciones de BP, a fines de este año sobrepasará a Arabia Saudita y Rusia como el primer productor de combustibles líquidos (petróleo + biocombustibles). Se anticipa que para 2018, Estados Unidos sea un exportador neto de crudo. El segundo hecho es que el año pasado, por primera vez, el número de personas en edad de trabajar en China disminuyó; cayó en 3 millones. Las implicaciones para el mundo de un Estados Unidos autosuficiente desde el punto de vista energético y de una China en rápido envejecimiento (y cada vez más ávida de petróleo) son de gran alcance.
En el frente económico, según datos citados por The Economist, la actividad generada alrededor de las nuevas fuentes no-convencionales de crudo y gas en Estados Unidos totalizó US$238 millardos en 2012 y agregará medio punto del PIB al crecimiento norteamericano en los próximos años. Esto ha llevado a que se hable de un “renacimiento industrial” en ese país, pues los precios del gas están a una tercera parte del promedio de la última década y los precios de la electricidad (mucha de ella generada con gas) han caído ostensiblemente. Hoy Estados Unidos tiene costos de energía mucho más bajos que sus pares industrializados, como Alemania y Japón, y que países emergentes como China y México.
Pero quizás el efecto más importante del auge del gas y petróleo de esquisto será el viraje en las prioridades de la política internacional norteamericana. Tras la caída del muro de Berlín y el derrumbe de la Unión Soviética, garantizar el suministro oportuno de crudo ha sido quizás el imperativo estratégico número uno del gigante estadounidense. Ello ha contribuido a desatar al menos dos guerras, ha hecho que a pesar de su discurso prodemocrático Estados Unidos apoye gobiernos despreciables y ha permitido que ciertos regímenes despóticos utilicen el petróleo como un efectivo medio de chantaje. Rehabilitado de su “adicción” al crudo extranjero, Estados Unidos podrá tener una política internacional más independiente y, seguramente, más iluminada. El que la población en edad de trabajar de la China haya entrado en caída y que ese país haya comenzado a envejecerse rápidamente, también supone grandes alteraciones al orden económico y político mundial. Hace diez años, un operario chino ganaba menos de una tercera parte que su par mexicano; hoy gana prácticamente lo mismo. Y en diez años, con el enriquecimiento y envejecimiento del coloso asiático, seguramente ganará bastante más. El que China deje gradualmente de ser la fábrica del mundo genera importantes trastornos, pero también grandes oportunidades para otros países. Su modelo mercantilista de priorizar el ahorro, la exportación y la inversión, sobre el consumo y las importaciones será cada día menos sostenible. Y su sistema de gobierno autocrático seguramente también.
Por lo demás, este año China rebasó a Estados Unidos como el mayor importador de petróleo del mundo. ¿Qué significado puede tener esta tendencia? ¿Se verá obligada China a proyectar su poderío militar, como ya ha proyectado por ejemplo en África su influencia económica, para resguardar la cadena de suministro del petróleo como lo ha venido haciendo Estados Unidos? ¿Conducirá esto a mayores posibilidades de conflicto entre las dos mayores potencias económicas y militares del mundo?
Aterrizando a nuestra realidad, para las “Casandras” que predican la revaluación del peso como hecatombe, estas dos noticias son claramente de sesgo devaluacionista. En lo económico, una China más vieja, más próspera y más cara pasa de amenaza a oportunidad para Colombia; un Estados Unidos dinamizado y más competitivo, genera posibilidades pero también inquietudes. En lo político, solo el tiempo dirá que significa esta pateada al tablero mundial.