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OCIO

Toda una ‘Limpieza de oficio’

miércoles, 19 de marzo de 2014
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Fernando Quijano Velasco

Ocampo Madrid decidió instalarse del todo en la literatura. Con el lanzamiento esta semana de ‘Limpieza de oficio’, su tercer libro de ficción y su segunda novela, este escritor que fue cronista y editor de periódicos hasta hace unos años se reafirma en que lo suyo es escribir.

También se reafirma en que su apuesta es por el lenguaje, por la sonoridad y la experimentación, por la búsqueda de historias que se salen de la cotidianidad, aunque terminen recreándola en sus minucias, y en su intención de escribir sin localismos, o más bien, de encontrar lo universal que hay en todos los localismos. Con humor negro, este antioqueño bogotanizado explora en ‘Limpieza de oficio’ el universo inquietante de la prensa, del bajo mundo criminal, de la estupidez institucional y del carácter insondable y mórbido de la mente humana.

Tercer libro, segunda novela, ¿definitivamente el periodismo quedó atrás?
Sí y no. El periodismo es algo que se lleva en la sangre, como el Rh, y es imposible de cambiar o de desconocer. Mi prioridad es la literatura porque es el camino que elegí y por lo que me gustaría ser recordado (los que me hayan de recordar). El periodismo es algo muy bello e interesante, pero en mi caso fue la antesala para haber llegado a la verdadera vocación que es esta de fabular, inventar mundos, personajes; decir mentiras que suenen ciertas…

Justo de eso se trata su novela, de un periodista mentiroso…
Él no se considera mentiroso. Se considera un artista. Un escritor metido en un mundo muy estrecho y es el de la crónica judicial, donde las cosas son muy ramplonas y se pueden mejorar con un poco de imaginación; por eso, a menudo tiende a meterle ficciones a sus noticias, a sus crónicas. A veces, cuando logra llegar antes que la Policía al sitio de los hechos, inclusive consigue plantar evidencias, ocultar otras, mover indicios, dejar papelitos y pistas falsas. Todo, por el bien supremo de escribir grandes historias. La Policía lleva la peor parte porque termina persiguiendo criminales que no existen, o queda desconcertada ante homicidios que son comunes pero que Paco logra convertir en crímenes rituales o asesinatos en serie.

Suena como a cuestionamiento a los periodistas, en particular a los cronistas.
Aunque hay muchos cronistas meticulosos y que escriben e investigan con rigor, la crónica en su esencia trae implícita una eterna tentación a inventar, a añadir detalles propios que por lo general son imposibles de desmentir. Pero también hay uno que otro que consigue inventar la mayoría de las cosas que cuenta. José Joaquín Jiménez, el legendario Ximénez de El Tiempo, era un maestro en eso, y en la actualidad hay otros por ahí. La crónica como género nace con sus propias grandezas y mezquindades, desde Marco Polo hasta hoy, y aún más atrás, y pasando por los cronistas de Indias que por vender la epopeya de la conquista y por tratar de interpretar un nuevo mundo con las claves del viejo, vieron animales fabulosos y personajes imposibles en estas tierras. Y así lo reportaron. No sé si mi novela sea un cuestionamiento a ellos. Puede ser, pero también puede ser un elogio a la inventiva, al arrojo de fabular y crear realidades, o matizarlas, o agrandarlas, en una actividad que como el periodismo es tan rígida y estricta, al menos en la teoría y los ideales.

¿Es una novela policiaca?
Está escrita en clave de novela negra porque hay unos crímenes, unas incógnitas que se deben resolver. Sin embargo, también intento jugar con la parodia, con el humor negro, con el drama, con la psicología. El eje de la novela es en sí mismo todo un oxímoron: alguien está matando a los payasos de la ciudad; van cayendo uno a uno los de circos, los de piñatas infantiles, los voceadores callejeros que se visten como ellos. Y el asesino los mata sin dejar rastros ni pistas; sin que quede claro cómo los asesina ni por qué. Es como un complot contra la risa, con una sociedad inerme y unas autoridades perplejas e impotentes. También es un juego intertextual porque en algún momento el periodista y el homicida se terminan enviando mensajes a través de los cadáveres, con correos cifrados y alrededor del argumento de ‘El nombre de la rosa’, de Umberto Eco.

¿Cómo nació este libro?
El origen está en mi anterior novela, ‘El hombre que murió la víspera’. En ella, el protagonista es un antropólogo que investiga la violencia y lleva el conteo de muertes violentas en los diarios. Un día se encuentra con una seguidilla de crímenes muy raros y con un asesino muy extraño que mata payasos. Es casi una mera mención, una anécdota, pero me pareció un excelente tema para otra novela. Yo no quería un detective que investigara, y a cambio de eso preferí a un periodista que investigara, pero que también inventara cosas. El producto final son dos historias (la de los asesinatos de payasos y la del cronista judicial) que terminan fundiéndose en una sola. A eso le añadí cosas reales del periodismo que aprendí en 20 años en periódicos; algo de enigma alrededor de las muertes; elementos de realidad como los feminicidios en México o la precaria situación de la investigación policiaca en el tercer mundo, y mi profunda admiración por el gran Umberto Eco.

¿Hay una apuesta especial por el lenguaje en esta novela como en sus libros anteriores?
Sí, sin duda. Ese es uno de mis sellos personales. Jugar con el idioma, buscarle sonoridades especiales, rescatar del olvido palabras con mucho vigor expresivo, que no sean arcaísmos ni suenen rebuscadas. No obstante, y como el texto recrea el mundo periodístico, mi obsesión con el lenguaje es un poco menor en este libro que en los otros.

Sin duda es una novela muy divertida; en eso coinciden autores que la han leído, como el peruano Santiago Roncagliolo o el mexicano Martín Solares, y de los nuestros, Juan Gossaín. No es usual que usted utilice el recurso del humor en sus libros anteriores. ¿Por qué en este sí?
En mis libros anteriores hay humor sutil, pero es un recurso periférico, menor. En esta novela es un elemento sustancial porque las situaciones se prestaban para hacer buenas hipérboles. Asesinar payasos es casi ridículo, y la reacción de la sociedad y de las autoridades de desinterés, de vacilación, también. En la realidad colombiana y latinoamericana hay cosas del ordenamiento social que parecen parodias perfectas, no solo por el absurdo sino porque esconden ignominia y abuso. De todos modos, en mi libro, al principio, cuando el periodista inventa historias desfachatadas que los lectores consumen sin chistar, se siente fuertemente la intención humorística, pero esta va cediendo al drama en la medida en que la matanza de payasos se va volviendo un genocidio.

El lanzamiento es esta noche en el Gimnasio Moderno
La editorial Penguin Random House lanzará hoy ‘Limpieza de oficio’ a las 7 de la noche en la biblioteca de los Fundadores del Gimnasio Moderno, en la carrera 9 No. 74-99 de Bogotá. El escritor Ricardo Silva Romero se encargará de la presentación de la segunda novela de Sergio Ocampo Madrid, que antes había publicado ‘El hombre que murió la víspera’ (Norma, 2011) y el libro de cuentos ‘A Larissa no le gustaban los escargots’ (Norma, 2009). El autor, comunicador social y psicólogo, profesor de la Universidad Externado de Colombia y la Pontificia Universidad Javeriana, cumple nueve años de haber cambiado las letras periodísticas por las literarias. Fue cronista y editor en varios periódicos, y ganó dos premios Simón Bolívar, un CPB y un Semana Petrobrás.

La opinión

Santiago Roncagliolo
Escritor peruano

“Es divertida e inquietante a la vez, como los payasos asesinados. Sus personajes patéticos y muy reales muestran que solo nos separa de los clowns un poco de pintura”.

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