Alberto Palatchi recorre la trayectoria de éxito de su marca mundial Pronovias

El mayor fabricante mundial de vestidos de novia se define a sí mismo como “un especialista en sueños: desde muy pequeño me di cuenta de que si soñaba algo intensamente, aquello se hacía realidad”. Sus sueños son como los deseos que traen las estrellas. “Son mi fuente de energía, como la luz y el calor del sol: sin ilusiones nada me parece posible”.

Claro que después de ver el sueño cumplido, Alberto Palatchi hace una hoja de ruta y, siguiéndola, a día de hoy suma 58 tiendas propias, 96 franquiciadas y 4.000 puntos de venta en 105 países, 847 empleados y una facturación de US$189 millones en 2013. El precio de sus creaciones(tiene distintas líneas) depende de numerosos factores, pero oscila entre los US$590 y los US$944 euros si son de la colección Fiesta y parte de los US$4.000 si se trata de un modelo de Atelier Pronovias.

Es Pronovias el prototipo de empresa familiar que va bien, y la clave, según su propietario y presidente es “que la familia funcione y que se comprometa con la marca. Una empresa familiar es mucho más que una inversión: es un compromiso a largo plazo y un proyecto común, y sus valores son muy diferentes a cualquier otro tipo de negocio”.

La casa acaba de publicar 50 años vistiendo sueños, un libro que recorre la historia nupcial tal y como ahora la conocemos, y la trayectoria de la empresa en estas cinco décadas, escrito por la periodista Charo Mora. ¿Un acto de nostalgia o un aliento de futuro? “Es un homenaje a todas las novias del mundo, que son el centro de nuestro universo. Y es además un referente importante para el futuro, porque hemos recogido gran parte del legado de la casa, su trabajo y buen hacer: es nuestra esencia y nuestro ADN; aunque el mundo cambie, los valores permanecen, y los nuestros son la pasión y la ilusión”.

Todo había empezado en los aledaños del puerto de Barcelona, en 1914, su padre y un hermano desembarcan procedentes de Estambul vía París, adonde habían llegado huyendo de la guerra turco-armenia y, a continuación, del estallido de la I Guerra Mundial. Al llegar aquí, claro, ser turco estaba muy mal visto, así que el padre, investido de un lustroso pelo rubio y unos ojos azul profundo, se hace llamar “el suizo”.

Con una maleta vendía a las señoras bien de Barcelona, casa por casa, los encajes y puntillas, brocados y sedas, que le enviaba un pariente todavía residente en París. Abrieron su primera tienda en 1922 y la llamaron El Suizo. Demasiado largo de explicar el origen sefardí de aquella curiosa familia que, 500 años después de la expulsión de España, continuaba hablando un castellano llamado ladino.

Todo un visionario
En el 64 su padre funda el germen de la actual empresa, bajo la marca St. Patrick, que sigue existiendo en tiendas multimarca, y Palatchi se integra en 1968, con 18 años. “Mi aporte fue por un lado crear las tiendas de novia, que no existían y que se llamaron Pronovias, y por otro, franquiciar el negocio, algo que entonces era desconocido. Y ambas cosas siguen funcionando 50 años después”.

El nombre de St. Patrick se lo deben a una anécdota. Año 60, la familia estaba de viaje en Nueva York y había quedado en reunirse en la iglesia de Saint Patrick a las 12 del día, pero unos cuatro millones de personas se habían congregado en el lugar para celebrar el patrón de la Iglesia católica irlandesa. “Tardamos unas seis horas en encontrarnos y mi padre, que por entonces ya buscaba nombre para la empresa, le puso el del patrón irlandés en honor a la enorme emoción que vivimos”.

Presume Pronovias de haber sabido adaptarse a los cambios a lo largo este tiempo, cambios que Palatchi resume en tres: geográfico, porque de ser una empresa española ha pasado a ser planetaria; profesional, porque ha sabido posicionarse en el universo de la moda; y por último, su incorporación avanzada al mundo digital, que es la gran revolución de nuestros tiempos: “Hace ya más de 20 años que nuestro trabajo diario se plasma en una web que tiene desde el principio muchísima incidencia y seguimiento”.