Seis historias que hacen volar a la abejita

El regreso de la abejita es una estrategia de marca que tiene que ver con lo publicitario, pero también es el resultado de la confluencia de miles de historias personales que se tejieron alrededor de un personaje que trascendió la publicidad para convertirse en parte de la memoria colectiva de los colombianos. Detrás de las campañas, los jingles y las tarjetas, hay personas cuyas vidas se cruzaron con este ícono de diversas maneras, algunas inesperadas. Estas son seis de esas historias.

Alejandra Escobar: la niña que esperaba a la abejita en el balcón

El ritual comenzaba cada tarde. Alejandra, con apenas seis años, se asomaba al balcón de su casa a esperar a su papá. Cuando lo veía llegar, era sagrado que él la llevara a la tienda por un yogur y unas papitas. Y así ocurría todos los días. Pero lo mejor venía después. Él le prestaba su tarjeta de abejita para que jugara con ella.

Hasta que un día todo cambió. Su papá llegó a casa con una sorpresa que Alejandra conserva como uno de los mejores recuerdos de su infancia, una tarjeta de abejita hecha de papel, dibujada a mano, con la abejita y su nombre escrito. No era la tarjeta real, por supuesto, pero para ella valía más que cualquier tesoro. Era su propia tarjeta.

Ese día, Alejandra la estrenó con una alegría inmensa. Compró su yogur y sus papitas, invitó a su papá a un tinto y, en su inocencia infantil, le alcanzó para repartir regalos a toda la familia. Esa tarjeta de papel representaba el amor de un papá que entendió el sueño de su hija y encontró la manera de cumplirlo.
Alejandra creció con el anhelo de obtener algún día su verdadera tarjeta de abejita. Hoy, casi tres décadas después, el regreso del ícono hace posible ese sueño postergado. Con una sonrisa que conecta con esa niña que se asomaba al balcón, por fin puede decir: “papá, tengo mi propia tarjeta de abejita”.

Jesús Londoño: el 10 que cobraba los tiros de esquina

Jesús Londoño lleva el fútbol en las venas. Creció viéndolo con su papá y jugándolo con sus amigos en la cancha del barrio. Siempre fue el 10 en su equipo: el de los goles, el de los pases, el elegido para cobrar los tiros de esquina. Y cada vez que se preparaba para patear, la escena era la misma.

Se paraba frente al balón, tomaba distancia y sus amigos comenzaban a corear: “Tiro de esquina, tarjeta débito Conavi, úsala en cada esquina”. El jingle del comercial de fútbol se había convertido en parte del clásico del barrio.

Esta canción dejó de ser una referencia publicitaria y pasó a ser la mejor forma de celebrar antes de que el balón llegara al área. Conectaba el fútbol de la televisión con el de la calle y las grandes campañas publicitarias con los sueños de los niños. De adulto, Jesús juega partidos con los mismos amigos de siempre, sigue siendo el encargado de los tiros de esquina, y sus amigos siguen cantando la misma canción que aprendieron hace décadas. Cada jugada trae de vuelta a la abejita futbolera que los acompañó en la infancia.

Catalina Ceballos: la chica del primer cajero

A los 19 años, Catalina Ceballos se convirtió en la cara detrás de un momento histórico: la llegada del primer cajero electrónico al país. La agencia la contactó para protagonizar el comercial de televisión con el que se publicitaría este hecho, y aunque no lo sabía en ese momento, ese trabajo cambiaría su vida.

Los rodajes nocturnos eran extensos y agotadores. Su madre la acompañaba durante todas las jornadas. Pero el esfuerzo valió la pena. El dinero que Catalina ganó con ese trabajo lo usó para pagar sus estudios universitarios, siendo la llave que abrió las puertas de su futuro profesional.

Varias décadas después, la gente aún la reconoce como la protagonista de aquel anuncio. “La chica del cajero” se convirtió en una etiqueta que la acompañó a lo largo de los años. No solo hizo historia promocionando una innovación tecnológica, sino que esa campaña la ayudó a forjar su propio camino.

Hoy, Catalina continúa su historia como cliente de Bancolombia. La joven que anunció el primer cajero electrónico sigue vinculada al banco que le dio su primera gran oportunidad profesional.

Miguel de Narváez fue el cerebro detrás de “Requetefácil”

A mediados de los años ochenta, Miguel de Narváez recibió una solicitud un poco ambigua: “escribe un jingle que sea muy difícil de entender, para que podamos demostrarle a la gente lo fácil que es querer”. Lo que no sabía es que esto era intencional. La idea era crear algo complejo que, al mismo tiempo, ilustrara algo simple.

Miguel aceptó el reto. En un salón de clases donde nació “Requetefácil”, el jingle que resonó en la memoria de millones de colombianos por muchos años. La canción era compleja, con palabras que se enredaban y se desenredaban entre sí, creando un juego verbal que quedaba pegado en la mente de quien la escuchaba.

El éxito fue inmediato. “Requetefácil” se convirtió en un fenómeno cultural que la gente cantaba en las calles, en las casas, en los colegios. Se convirtió en parte del lenguaje cotidiano, en una expresión que definía una forma de ver la vida. La paradoja funcionó, ya que algo complejo había demostrado que todo puede ser más sencillo.

Décadas después, Miguel regresó al estudio para ponerle el ritmo al regreso de la abejita a través de una nueva versión del villancico “Requetefácil”. El compositor que creó la banda sonora de una generación ahora tiene la oportunidad de unir el pasado y el presente, y de servir de puente entre quienes crecieron con la canción original y quienes están a punto de conocerla.

Judith Posada: la coleccionista del cajero

Para la mayoría de los niños, ir al centro comercial significaba visitar los juegos o la zona de comidas. Para Judith Posada, representaba algo diferente. Ir con su tía y sus primos al cajero de los “Chicos Conavi” era el paseo semanal para obtener un tesoro muy particular: las láminas de los álbumes de la abejita.

Contagiada de una fiebre coleccionista, Judith llenaba álbumes temáticos con mucha dedicación. La recompensa, más que el dinero que se acumulaba en la cuenta, era el sonido de esa máquina cuando recibía un nuevo sobre.

Los álbumes la unían con sus primos. Intercambiaban las láminas repetidas, negociaban las más difíciles de conseguir, celebraban juntos cuando alguien completaba una colección. Era toda una experiencia compartida entre niños que crecían con la misma ilusión.

En la actualidad, Judith conserva esos álbumes como si fueran una cápsula del tiempo, y son la prueba de que la abejita fue más que una imagen publicitaria. Fue la excusa perfecta para que una familia se reuniera cada semana, para que los primos compartieran momentos inolvidables y para que el ahorro se convirtiera en una aventura de colección.

Esteban Aristizábal: el fan número

Si hay alguien que puede reclamar el título de fan número uno de la abejita, ese es Esteban Aristizábal, quien, como él mismo dice, “llevo tatuado Bancolombia desde la abejita”. Y no se trata solo de una metáfora, pues la conexión que tiene Esteban con el personaje es más que una coincidencia, y data de hace mucho tiempo.

En su niñez, Esteban era de los que corría detrás de la abejita cuando se la encontraba en los pasillos de cualquiera de los centros comerciales, persiguiendo esa figura amarilla que saludaba a niños y grandes por igual, y que provocaba sonrisas y abrazos a su paso. Además, llenaba los álbumes con las láminas que salían del cajero que estaba ubicado en el Centro Comercial Sandiego, en Medellín, y todavía se sabe de memoria los jingles más recordados, esos que lo acompañaron en muchos momentos de la infancia y que escuchaba en la radio o en la televisión.

Pero la historia no terminó ahí. La abejita parece haber seguido acompañándolo a lo largo de los años. Coincidencialmente, su suegra trabajó en Conavi y su esposa ahora lo hace en Bancolombia. Y hoy, tanto él como sus empresas hacen parte de la familia del banco. Es como si ese personaje que perseguía de niño hubiera trazado el mapa de su vida adulta, y por eso esa conexión tan fuerte que siente y que ahora lo lleva a celebrar su regreso.