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Analistas 23/10/2019

La política del machismo

Sharon Hernández
Periodista y experta en comunicaciones
Analista LR

La campaña electoral nos pone sobre la mesa temas de desarrollo fundamentales como la equidad de género. No solo desde la visión de un programa de gobierno, sino desde la participación de las mujeres en la contienda política.

En Colombia, las mujeres corresponden la primera fuerza electoral del país con 18,87 millones de colombianas habilitadas para votar, de acuerdo con el último censo electoral. No obstante, en la otra orilla, la de los candidatos, representan apenas un poco más de la tercera parte del total de personas que se candidatizan para cargos de elección popular. Y no ha habido mucha evolución en esto en la última década: 36,1% en el año 2011 vs. 36,6% en 2018.

La meta del Gobierno nacional, en el marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), es lograr un 50% de participación en 2030. Infortunadamente, parece que no avanzamos tan rápido en esa dirección. Las encuestas recientes a elecciones regionales y locales evidencian la baja participación de mujeres y la poca opción de liderar las principales ciudades del país. La foto de la opinión pública nos muestra un ramo de candidatos -hombres- con sólidas opciones en Barranquilla, Cali, Medellín, Bucaramanga y Bogotá, esta última la excepción, en donde una mujer ha punteado en los sondeos.

Ahora bien, ser mujer no debe verse como una condición de prioridad o ventaja. No se trata de elegir a una por el hecho de serlo, sino de generar mayores espacios de participación para que podamos competir, en igualdad de condiciones, y podamos llegar a escenarios de poder y toma de decisiones con las mismas oportunidades, derechos y deberes.

Pero más allá de un sistema que genere las condiciones, le corresponde una parte importante a la sociedad: romper preconceptos y estereotipos establecidos que nos han acompañado por años, en otras palabras, modificar la cultura, desaprender lo aprendido, algo que lleva tiempo. En eso ayudarían mucho los medios y formadores de opinión, en el cubrimiento de las mujeres desde una nueva perspectiva más igualitaria.

Hace algún tiempo le preguntaron a la codirectora del Banco de la República Ana Fernanda Maiguashca, al ser la segunda mujer en llegar a la Junta Directiva del Banco, cómo distribuía su tiempo para lograr una buena compensación entre la familia y el trabajo, a lo que respondió: “cuando le hagan esa pregunta al señor codirector que está aquí sentado, será el día en el que veremos igualdad de género (…)”. Y así podemos citar varios casos.

Un entorno favorable para el liderazgo femenino lo construimos todos cada día. En los espacios laborales, donde la mujer no tenga que esforzarse el doble que su par hombre en la exposición de un argumento para que este sea válido o donde su salario no sea inferior; en el hogar, promoviendo las responsabilidades de cuidado compartidas; en la política, fomentando una mayor participación e incidencia. Acciones para que cada vez haya más mujeres alcanzando logros extraordinarios, hasta que un día dejen de ser extraordinarios y se conviertan en lo normal en cada una de las esferas.

Las elecciones, la conmemoración del Día Internacional de la Niña, y el premio Nobel de Economía otorgado por segunda vez en la historia a una mujer (Esther Duflo), hitos de este mes, son una buena oportunidad para revisar qué tanto hemos avanzado como país en el cierre de brechas de género, cómo se están -y seguirán- cimentando las bases de una política pública para la equidad en el largo plazo; y, más importante aún, cómo estamos transformando la cultura a una donde se cambie la forma en la que el mundo nos ve y cómo nos vemos a nosotras mismas.

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