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Analistas 14/12/2023

El nuevo, viejo consumidor

Sergio Molina
PhD Filosofía UPB

Con el tiempo adquirimos esa fina destreza de advertir lo que es fundamental y lo que no en nuestra vida. Dice Robert Redeker en Bienaventurada vejez que: “La vejez trae consigo la oportunidad de emanciparse de la necesidad de aparentar…de seguir las modas y de parecerse a los jóvenes”, ya eso de por si permite un espacio para saborear solo lo provechoso, el gusto se refina, no se traga entero. Un amigo jubilado, me dijo que ya no veía noticieros porque le producían desacuerdo interior.

Según El, se dedicaba a ver, leer y oír lo saludable, he ahí un nuevo consumidor, más experimentado y exigente sin duda. Nos volvemos selectivos distinguiendo entre lo que nos entretiene a medias de lo que realmente contribuye.

Con los años, apreciamos primordialmente la calidad de lo consumido sin sonrojo, bueno, lo propio de la madurez es que ya pocas situaciones nos hacen sonrojar, es una sutil y fina abstracción de la estridencia y lo incipiente, no hablo de amargados. Absorbemos tiempo y esquivamos datos, discernimos sobre lo inquietante, lo útil, lo necesario y lo insulso.

Mi gran amigo jubilado añadía: “el tiempo es un recurso no renovable”, ello como para decirme que había cosas a las que no “les metía mente” (eso si es termino de jóvenes). Las amistades también son parte de ese estilo selectivo porque “ya no estamos para botar corriente”, amigos a medias, oportunistas o chupadores de energía, vamos seleccionando lo bueno de lo malo, pero más importante aún, lo que no aporta, de lo que construye, lo que distrae de lo que concentra, lo que estimula de lo que merma el ímpetu.

El “jovenismo”, término recurrente en el libro de Redeker; es el estilo de caer ligeramente en lo novedoso por novedoso, sin más calidades que hagan distinguible y apreciable un producto o hábito. A muchos desprevenidos los seduce cualquier cosa que se denomine a la ligera como “interesante”, poniendo incluso en cuestión que la expresión interesante no supone que eso atractivo sea contributivo o bueno de por sí.

Quizás sea curiosidad, morbo o fetiche lo que nos moviliza a asomarnos a eso “interesante”. Lo interesante, por demás, tiene la evidente posibilidad de dejar de serlo y volverse poco atractivo. Distinto a ello, continua, Redeker, es la búsqueda de la verdad, esa que es el fin de la filosofía y la sabiduría.

Saber en qué momento de vida estoy permite escoger de qué me rodeo y qué apetezco, ya no es cualquier leche o cualquier café, ahora es lo bueno y excelso que me hace bien, lo mismo pasa con lo que leo, veo y pienso.

Venderle a un viejo, maduro o experimentado que distingue lo brillante de lo consistente, nunca será tan fácil como aprovecharse de las hormonas y la impulsividad del mozuelo. Podemos acceder a la verdad antes de oler a naftalina, no obstante, la vida reserva lo mejor para el final, cuando se supera el “jovenismo”, la experiencia no consume, si no que cata.

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