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El pasado mes de junio se dio otro “aquelarre” en torno a la Alianza del Pacífico (AP), supuestamente, para mirar desde allí comercialmente hacia el Asia-Pacífico. Infortunadamente, esto ocurre en momentos en que las exportaciones no-tradicionales (agro e industria) de Colombia han continuado colapsando de niveles de los US$15.000 millones en el pico de 2008 hacia tan solo US$10.500 millones actualmente (corte de 12 meses a mayo de 2017). Esto no solo implica que Colombia ha perdido cerca de 40% de su base exportadora total (aun suponiendo un repunte hacia los US$38.000 millones al cierre de 2017), sino que se ha fracasado seriamente en la diversificación exportadora, pues los commodities continúan representando cerca de 70% del valor exportado.
Colombia ha continuado con su perdedora tradición de guiarse más por la retórica política regional que por asegurar bases exportadoras sostenibles y escalables. En efecto, la AP ha consistido es en una convergencia política de México, Chile, Perú y Colombia para contrabalancear el “sarampión” bolivariano-socialista de la última década (curiosamente liderado por el fracasado trío Lula-Castro-Chávez) y con perversos efectos socioeconómicos sobre Brasil, Argentina, Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua (entre otros). No ha habido, en realidad, ninguna profundización comercial significativa al interior de los miembros de AP y difícilmente podrá forzarse una integración financiera si no existen lazos entre sus sectores reales.
Dicho de otra manera, la débil integración de sus precarias bolsas de valores (a través del Mila) es un espejo de la carencia de verdaderas complementariedades en sus aparatos productivos (donde todos ellos son exportadores de minerales y de petróleo). Mientras tanto, en Malasia-Indonesia crecen las plantaciones de caucho, en Vietnam se manufacturan sus productos y en China se ensamblan y fabrican automotores que integran de forma natural sus actividades económicas. ¿Acaso ha escuchado Ud. de algún producto que transite por el corredor de AP (Santiago, Lima, Bogotá y/o Ciudad de México) en su integración de partes (digo, diferente a la producción de cocaína)?
Mas aún, el comercio intra-bloque de la AP ha venido en declive (bordeando actualmente 4% del total comerciado con el mundo) y siempre ha sido inferior en su valor a lo que ocurre con el Mercosur del Brasil-Argentina-Paraguay-Uruguay (con cerca de 16%). El cuadro adjunto señala, además, la posición desfavorable que tiene Colombia frente a sus pares regionales en cuanto a grado de apertura de la economía (exportaciones+importaciones/PIB).
Esta postración del comercio en la AP inclusive ha llamado recientemente la atención de The Economist (marzo 25 del 2017), donde se contrastan los malos resultados con las buenas oportunidades. Allí se ofrecen diversas hipótesis sobre las dificultades existentes para consolidar la AP, a saber: i) todos ofrecen los mismos productos (en general de baja calidad y poca innovación); es decir, son economías similares, no complementarias; ii) sus centros productivos se encuentran a grandes distancias y, además, sus costos de transporte son elevados; y iii) carecen de verdaderas cadenas productivas.
Tal vez todo esto explica la conclusión algo anti-climática del reciente encuentro en Cali donde a los cuatro presidentes no se les ocurrió nada más sustantivo que repicar sobre las supuestas bondades de la profundización del Mila (con algunas exoneraciones tributarias y tratamientos legales más ágiles entre sus fondos de pensiones) y, hágame el favor, el “compromiso” para abaratar el roaming de llamadas en la región.