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Analistas 05/09/2022

Historia económica y social

Sergio Clavijo
Prof. de la Universidad de los Andes

Durante el proceso de paz (2016-2018), se acordó realizar un ejercicio de recopilación investigativa que condujo a la entrega del reporte sobre Memoria Histórica del conflicto armado de Colombia (1950-2016), a cargo del Cnmh. Dicho reporte no contiene conclusiones, pues adrede se pretende que los lectores extraigan las suyas (tarea compleja, dada su gran extensión).

Afortunadamente, los datos allí recopilados dan para concluir que ha sido atroz, tanto lo actuado por la guerrilla como por los paramilitares y narcotraficantes, cada cual reaccionando al escalamiento armado de la contraparte. Por lo tanto, no debería ser difícil cumplir el objetivo último de dichas memorias: tener claro que nada de eso debería volver a repetirse y que la sociedad está en obligación de evitarlo. Un ejercicio similar realizó el pueblo alemán a raíz del holocausto y ha sido buen seguro anti-atrocidades sociales.

Pero en Colombia ni siquiera se enseña la historia-patria a nivel de los colegios (ni públicos ni privados), luego seguramente resultará una quimera pensar que las lecciones de tal ejercicio pro-paz serán útiles a las nuevas generaciones. Ahora bien, a nivel pedagógico de los colegios no tiene mayor sentido proceder a forzar las enseñanzas de dicho reporte de Memorias del conflicto ya que los estudiantes de bachillerato carecen, en general, del mas mínimo contexto socio-económico acerca de los últimos 200 años de nuestra historia.

Yo me quedo aterrado cuando a nivel universitario increpo sobre hechos y bases de la rebelión patriótica frente a los españoles (1780-1819) y encuentro solo balbuceos; ¿Qué esperar entonces a nivel del bachillerato si se intentara inculcar lecciones sobre raíces y perspectivas del conflicto armado (1950-2018) y el efecto del resurgimiento del narcotráfico (2018-2022)?

Probablemente lo mas sensato es que se retome en el pénsum de alta primaria y bachillerato (de manera mas crítica) la enseñanza de nuestra historia básica: conquista española, colonización y liberación de España. Y, una vez asimilado ello, este tema del conflicto armado reciente debería formar parte del pénsum universitario. A este respecto, considero que Colombia tiene un favorable balance al haber incluido por décadas la cátedra obligatoria de “Constitución y Democracia”, a raíz de la Carta-1991, como pénsum universitario de primeros semestres.

Pertenezco a la afortunada generación en que el estudio de la historia y geografía eran “obligatorias”, tanto en bachillerato como en la universidad. Si bien su pedagogía a nivel de colegio no se caracterizó por ser balanceada en su visión-ideológica, claramente me sirvió el haber estado expuesto a la visión jesuítica del asunto. Varios de mis maestros resaltaron como admirable la tarea de Fray Bartolomé de la Casas gestionando ante la corona Española una mayor protección para los abusados indígenas; esa semilla allí quedó; y, cuando en 1973, algunos curas salieron gritando por los claustros que “viva la liberación de Chile” yo ya había generado algo de independencia critica para discrepar de tales vítores.

Y, a nivel universitario de pregrado, tuve la fortuna de encontrar amantes de la historia de Colombia, quienes terminaron por contagiarme: Jaime Jaramillo, Miguel Urrutia, Héctor Melo, Rene de la Pedraja y José A. Ocampo. Pero aun a nivel universitario el ciclo político era marcado y los estudiantes en formación todavía no lográbamos discernir bien entre lo que eran visiones objetivas de los hechos históricos Vs. interpretaciones ideológicas de esos mismos hechos.

Recuerdo todavía la “encerrona” que se le hizo a Paul McGreevey (1975, “Historia Económica de Colombia 1845-1930), quien con gran espíritu objetivo relataba su visión de lo ocurrido en Colombia. Se trataba de un innovador profesor de la Universidad de Berkeley quien resultó estigmatizado por no usar el método marxista de moda entonces. Algo similar tendría que padecer De la Pedraja al sentirse despreciado por sus primeras mediciones de “inflación” en la era colonial. Mucha mejor suerte tuvieron Urrutia, Arrubla y el Canadiense Albert Berry al incursionar también con métodos cuantitativos en los análisis del movimiento sindical, la medición de la pobreza o la distribución del ingreso, probablemente gracias a que estos temas les resultaban mas afines a los izquierdistas de antaño.

Afortunadamente, el balance del análisis histórico (valga la redundancia) ha sido bastante pluralista y reconoce, por ejemplo, a Paul McGreevey como el pivote de la creación del “cliometrics” en Colombia, es decir, la medición de los hechos socio-económicos con base en los datos y sus tendencias. Así lo resalta en su interesante obra Álvaro Tirado Mejía (2021, “El Presente como Historia”).

Y, cabe recordar, que así se percibía la obra de McGreevey antes de su estigmatización. Por ejemplo, Harold Calvo al presentar su primera edición en español decía: “nunca antes se había puesto a la historia económica del país bajo el microscopio de esta manera”. En paralelo, Calvo mencionaba, desde aquel entonces, la importancia complementaria de abordar la historia institucional del país, como lo venían haciendo North y Fogel desde principios de los años sesenta, lo cual les valdría el otorgamiento del premio nobel de economía en 1993. Mucho por aprender en historia, luego ojalá nuestros jóvenes se inicien pronto y Min-Educación Gaviria nos ayude en la tarea.

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