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Analistas 12/04/2017

Una semana de reflexión

Santiago Castro Gómez
Expresidente de Asobancaria
La República Más
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Hemos vivido estas últimas semanas tres hechos que nos golpearon el corazón y la razón de diferentes formas. Por un lado, una tragedia natural que estremeció una capital de departamento relativamente desconocida y le sacudió el alma a Colombia, que se levantó presurosa a mitigar y reparar el sufrimiento de sus compatriotas. Pero también vimos con horror y desconcierto la muerte y la agonía de hombres, mujeres y niños indefensos ante un devastador ataque de armas químicas perpetrado con crueldad y sin contemplación por su propio gobierno dirigido por un despiadado dictador. 

Por último, observamos como las voces democráticas que representan la inmensa mayoría de la opinión en la hermana Venezuela, luchan desesperadamente por mantener los últimos vestigios de una democracia aplastada por un régimen autocrático e incompetente y que ha condenado a su país a la ruina y al hambre. Tres hechos de naturaleza y causas diferentes, que nos han impactado profundamente, pero que también nos brindan lecciones de humanidad.

Las noticias sobre la tragedia de Mocoa y las fuertes imágenes de un tercio del municipio arrasado por una avalancha resultante de muy fuertes y concentradas lluvias, nos han llenado de dolor y conmoción. Pero salió también a relucir, de manera inmediata, el espíritu de solidaridad que nos caracteriza como país, respondiendo ante esta tragedia con un decidido compromiso. No obstante, esta tragedia nos ha señalado también nuestras vulnerabilidades en materia de prevención, un hecho que desde luego se constituye en una oportunidad para desarrollar acciones que refuercen los programas de reforestación de las cuencas de nuestros ríos y la aplicación de límites a asentamientos urbanos en zonas de alto riesgo. 

Sin embargo, mientras esta catástrofe natural unía a un país entero y provocaba la solidaridad del mundo entero, se empezaba a gestar otra catástrofe, esta premeditada y que provocó el rechazo y la condena de la comunidad internacional. El atentado con armas químicas perpetrado por el Gobierno de Siria contra su propia población, un desenlace fatal en su lamentable guerra civil, se constituye en una de las grandes vergüenzas para la humanidad. Y una vez más, Europa y la alianza de la OTAN, teniendo frontera terrestre con Siria, se expresa en condenas inútiles, y solo un miembro, Estados Unidos, actúa en solitario para castigar el crimen cometido. 

Por último, el régimen cuasi-dictatorial de Maduro presenta una comedia política con las decisiones y sus posteriores reversazos del Tribunal Supremo de Justicia, órgano de bolsillo del Ejecutivo, la cual sería risible si no fuera porque deja al desnudo el desprecio por la democracia que representa el Socialismo del Siglo XXI en Venezuela. Pero aquí, con cerca de un millón de refugiados hermanos venezolanos, nuestra canciller sigue afirmando con lánguidas y desentendidas frases de cajón que “los problemas de los venezolanos los deben resolver los venezolanos”. 

Hemos sido así testigos, en menos de dos semanas, de la tragedia de tres pueblos que hoy enfrentan su propio “viacrucis”, uno ocasionado por la inclemencia de la naturaleza, pero que ha venido acompañado de elevadas manifestaciones de solidaridad y unión; otro originado por la inclemencia del odio y la venganza; y el último, resultado de una ideología fallida y un gobierno incapaz y corrupto. 

Parece inevitable no escribir estas líneas con una mezcla de sentimientos y reflexiones. La unión de un país que se solidariza con la tragedia de sus hermanos, las lecciones de personas que siguen luchando en Siria para librarse del yugo de la dictadura o del extremismo religioso, y las imágenes de ríos de gente en Caracas, buscando re direccionar a un país con una esperanza y un patriotismo desbordante. 

Todo esto debe invitarnos a nada diferente que a valorar y ponderar lo verdaderamente importante en nuestra vida y en nuestro entorno; a dimensionar lo crucial que es nuestra institucionalidad democrática y a brindar desde nuestros corazones bondad y solidaridad frente a aquellos que enfrentan adversidades supremas. Es mi deseo para esta Semana Santa.

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