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Analistas 15/09/2021

¡Es la pobreza, no la desigualdad!

Santiago Castro Gómez
Expresidente de Asobancaria

El debate sobre desigualdad y pobreza no es nuevo. Ha sido cacareado por décadas, sobre todo desde que se hizo popular en la academia y en las discusiones políticas el coeficiente Gini, como índice que mide la desigualdad del ingreso o de la riqueza en las naciones.

No importa que muchos investigadores hayan señalado sus deficiencias como indicador ya que, en su forma simple, no tiene en cuenta las variaciones que se dan después de incorporar las ayudas del Gobierno a sectores vulnerables, el régimen tributario, o las cambiantes curvas demográficas.

Así y todo, se convierte en la bandera favorita de nuestros populistas latinoamericanos, obsesionados por la igualdad. Igualdad que siempre los elude, porque usualmente para intentarla, tiene que pisotear las libertades económicas y democráticas. Y cuando llegan al poder, lo que consiguen es un empobrecimiento aplastante de casi todos los ciudadanos.

Es decir, no solo no logran la igualdad deseada, sino que de paso se llevan al abismo la economía.

Todo esto nos lleva al verdadero problema; la pobreza. Es aquí donde nos debemos concentrar. No nos preocupemos porque haya unas personas extremadamente ricas, salvo que no paguen sus impuestos debidamente, no cumplan con sus obligaciones patronales, o que su riqueza se deba a actividades ilícitas o que infrinjan las reglas de libre competencia.

De resto, mientras más crezcan mejor. Más empleos, y, sobre todo, más tributo, que es donde está la clave del asunto. Es aquí donde está la verdadera transferencia social de riqueza; en un Estado que pueda proveer un mínimo decente de oportunidades en derechos básicos como la educación y la salud, acompañados de programas de seguridad alimentaria, vivienda digna, empleabilidad, y acompañamiento en la vejez. El resto corre por cuenta del carácter, la determinación, y las opciones de vida de cada individuo.

Ahora bien, lo sorprendente es que Colombia no está nada mal comparativamente en estas garantías. Habrá mucho que mejorar en una educación que ya es gratuita en primaria y secundaria, y en los temas pensionales. Pero tiene uno de los sistemas de salud más robustos del mundo, catalogados por la OMS, y unos programas de vivienda público/privados que son ejemplo a nivel global. También tengo que destacar los programas sociales nuevos o reforzados desde el inicio de la pandemia como Ingreso Solidario, devolución del IVA, o subsidios a las nóminas de micro, pequeña o mediana industria. Es decir, a pesar de lo que pregonan algunos sectores de izquierda, tenemos ya un país altamente garantista.

Pero todos estos programas serán solo paliativos distractores si no logramos concentrarnos en la generación de riqueza y empleo, y esto solo lo obtenemos con una “agenda de crecimiento”.

La macro y la política de Estado debe enfocarse para que la micro prospere. ¿De qué sirven un subsidio a la nómina si la nómina desaparece? ¿De qué sirve la capacitación si no se dirige a las necesidades laborales empresariales? ¿Cuánto resiste el peso fiscal de un gasto social como el actual, si no exportamos más, invertimos más, producimos más? Este es el debate público que debería dominar las discusiones en la academia y en la política, y no la discusión estéril sobre desigualdad. No hay nada más inequitativo que la miseria de Caracas o La Habana.

Por el otro lado, cuando uno analiza las cifras de desigualdad, encuentra que no hay nada que ayude más a la equidad que la riqueza. Nos lo demuestran los países nórdicos, Alemania, Suiza, y muchos mas de la Ocde. Por cierto, todos son democracias, y todos tienen economías de libre mercado.

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