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Analistas 29/09/2021

El Cali que queremos

Santiago Castro Gómez
Expresidente de Asobancaria

Era el año 1988 y la ciudad irradiaba oportunidades. Yo acababa de graduarme y mi primer trabajo real fue en la Cámara de Comercio de Cali como coordinador de los programas cívicos. En el cubículo de al lado trabajaba Esperanza Ramos, quien gerenciaba la iniciativa “Cali que Queremos”, un ejercicio prospectivo de planeación altamente participativo y de concertación, que buscaba darle a la urbe una hoja de ruta que le permitiera anticiparse al futuro.

Con la inquieta curiosidad de un joven profesional, y con la complicidad de mi amiga Esperanza, por supuesto que busqué cualquier disculpa para meterme y enterarme de todo lo que acontecía en ese programa; la construcción de escenarios probables y deseables, las charlas de Francisco Mojica Sastoque como asesor metodológico, los imaginarios colectivos, etc. Cuando se entregaron los resultados en 1992 yo ya estaba por fuera de la Cámara, seducido por la política, la que ejercí con pasión durante 21 años. Pero esos momentos marcaron permanentemente los lazos con mi ciudad.

Ahora bien, no soy de los que añora una ciudad que dejó de ser y que cree que era una mejor urbe, más cívica y organizada. Por el contrario, cuando reviso los indicadores que se citaban, puedo comprobar el tremendo avance de los últimos veinte años.

Recuerdo muy bien que el Río Cali era una cloaca y que no disponíamos de una planta de tratamiento. El Distrito de Aguablanca estaba casi todo sin pavimentar y la oferta educativa en sectores vulnerables era prácticamente inexistente. No disponíamos de centros hospitalarios de talla mundial como ahora.

Ni hablar de que tampoco reconocíamos ni enfrentábamos la pudrición que nos carcomía por dentro como era el narcotráfico, que ya para ese entonces era un elefante bramando en nuestra sala mientras nos hacíamos los sordos. Este último fenómeno no es que haya desaparecido por supuesto, pero no nos domina como en esos años.

Pero volviendo a nuestro “Cali que queremos” y revisando sus conclusiones, es increíble notar la vigencia de muchas de sus propuestas. Unas nunca fueron llevadas a cabo, pero sorprendentemente, otras si, aunque de manera diferente.

Por ejemplo, nunca se constituyó la “Corporación para el Desarrollo de Cali” ni el “Centro de Investigaciones Socioeconómicas de Cali”, pero en su defecto, entidades como Propacífico están gestionando la articulación de proyectos claves para la ciudad como el Tren de Cercanías, y la Unidad Económica y de Competitividad de la Cámara de Comercio le toma un pulso constante a la actividad empresarial y a sus principales indicadores.

Tanto la Gobernación del Valle como la Alcaldía de Cali han creado e impulsado sus Secretarias de Desarrollo Económico. Debo resaltar también a la academia y sus observatorios de seguimiento a las políticas públicas, o los múltiples programas, potentes y bien financiados, de emprendimiento e innovación. Ni hablar de esfuerzos conjuntos y de gran impacto recientes como “Compromiso Valle” en áreas tan criticas como seguridad alimentaria, educación, y empleabilidad.

Hay retos que siguen latentes, como los altos índices de desempleo, la inseguridad, y la obsolescencia de algunas redes de servicios públicos. Pero algo que se enfatizó mucho como es una visión conjunta, se ha logrado en lo que tiene que ver con proyectos de envergadura, a través del bloque regional-parlamentario y el trabajo de Propacífico, que trasciende administraciones. Ese “Cali que Queremos”, aunque por tumbos, se ha venido construyendo. Y lo que hoy tenemos, con algunos bemoles, está lejos de ser el retroceso que a veces nosotros mismos nos vendemos.

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