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Analistas 07/03/2019

Reflexiones diplomáticas

Rodrigo Botero Montoya
Exministro de Hacienda

El intento de llevar ayuda humanitaria a Venezuela desde territorio colombiano fue rechazado con violencia. El régimen venezolano procedió a romper relaciones diplomáticas, que en la práctica eran inexistentes, con Colombia. Las relaciones diplomáticas del gobierno colombiano con Venezuela se conducen por intermedio del Embajador Humberto Calderón Berti, el representante del presidente Juan Guaidó. Pero queda pendiente el tema del mantenimiento de un modus vivendi en la frontera así como el de la naturaleza de las relaciones con el régimen dictatorial de Nicolás Maduro. A este aspecto se refieren las siguientes reflexiones.

Parto de la premisa que una política exterior exitosa es aquella, que por reflejar fielmente los valores de su propia sociedad, logra convocar un amplio consenso doméstico. Adicionalmente sugiero que, si se desea evitar un conflicto indeseado en condiciones de tensión internacional, una gestión diplomática prudente exige emitir señales claras a los adversarios, a los aliados y a la opinión pública. Estas reflexiones me llevan a ofrecer algunas observaciones cordiales al manejo gubernamental de las relaciones con Venezuela, que en términos generales, y con algunas salvedades, ha sido acertado.

La política exterior del país debe entenderse como una cuestión de Estado, lo cual la diferencia de las parcialidades partidistas. Si en efecto, la relación con Venezuela tiene la trascendencia que el gobierno le asigna, los pasos siguientes deben someterse a la consideración de la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores y del Congreso Nacional. Sigue teniendo vigencia la recomendación de Talleyrand a los diplomáticos franceses acerca de la necesidad de moderar el entusiasmo. Se entiende que de Miraflores salgan bravuconadas e insultos. En la conducción de la diplomacia colombiana deben prevalecer la sobriedad, la cautela y la mesura.

Al régimen de Maduro debe dejársele saber que Colombia, además de no contemplar actos de fuerza en su contra, tampoco permitiría que terceros países, o venezolanos desafectos, llevaran a cabo operaciones militares desde su territorio. Los militares venezolanos que han cruzado la frontera para ingresar al país son civiles solicitando asilo político, cuyo comportamiento debe estar sujeto a las leyes colombianas.

Lo ideal sería que en breve plazo Venezuela pudiera iniciar la transición a la democracia. Pero si Maduro logra mantener el control de las fuerzas armadas y respetar la frontera binacional, puede suceder que a Colombia no le quede alternativa diferente a la de coexistir pacíficamente con un régimen detestable, como ha coexistido con dictaduras venezolanas en el pasado.

Al gobierno de Estados Unidos se le debe explicar que Colombia se opone al uso de la fuerza para hacer frente a la crisis venezolana y que no haría parte de una iniciativa de esa naturaleza. Una intervención militar en Venezuela tendría consecuencias catastróficas para Colombia, y así lo debe entender Washington.

Al presidente Juan Guaidó se le debe reiterar que seguirá recibiendo el apoyo irrestricto de Colombia en su valerosa lucha por liderar una transición democrática en su país. Al mismo tiempo, debe hacerse explícito que ese apoyo no contempla un conflicto con Venezuela.

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