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Analistas 04/10/2018

Occidente y el orden liberal

Rodrigo Botero Montoya
Exministro de Hacienda
La República Más

Hace un siglo, cuando el ejército alemán estaba en retirada de Francia, previa su derrota en la Primera Guerra Mundial, se publicó el libro La Decadencia de Occidente, de Oswald Spencer. Según su interpretación de la filosofía de la historia, la cultura occidental se encontraba en su etapa final, en decadencia. Para un pensador alemán de su tiempo, la catástrofe a la cual habían conducido las rivalidades entre las naciones más avanzadas de Europa era un síntoma de la crisis de la civilización liberal originada en la Ilustración.

Esta conclusión se enmarca dentro de las críticas que desde inicios del siglo XIX se hicieron a la forma de organización política que enfatiza las libertades individuales, la razón, la economía de mercado, la laicidad y la actitud cosmopolita como valores universales que constituyen los fundamentos de la democracia liberal. La denominada Contra-Ilustración, en sus distintas versiones, apela a rasgos étnicos, religiosos, y emotivos como aglutinantes de cohesión nacional. Estos elementos, a su vez, sirven como formas de supeditar las libertades individuales a una autoridad superior ejercida por una dinastía aristocrática, una casta militar o clerical, un líder iluminado o un partido único.

Inicialmente, la reacción contra la democracia liberal provino de las monarquías absolutas, y la jerarquía católica. En épocas recientes, esa animadversión ha estado a cargo de distintos autoritarismos. Franklin Roosevelt observaba con respecto al Nuevo Orden que proclamaba el régimen de Hitler, que eso no era orden y que tampoco era nuevo. En la China, como parte de los valores asiáticos, se justifica el sometimiento de las libertades individuales a la hegemonía del partido comunista como un imperativo para la conservación de la armonía social.

Con respecto al libro de Spencer, transcurridos 100 años, puede afirmarse que el acta de defunción de Occidente puede haber resultado prematura. Las naciones que comparten los valores de la democracia liberal, la característica esencial de Occidente, son más prósperas y más numerosas que las de 1918. La vigencia de la democracia liberal volvió a cuestionarse en la década de los años 30 por potencias autoritarias en Asia y Europa. Durante la Guerra Fría, hasta 1989, la Unión Soviética y sus aliados representaron una propuesta de organización social alternativa a la de Occidente. No obstante los altibajos, las equivocaciones y las deficiencias de las cuales adolece la civilización occidental, su decadencia ha resultado ser llevadera.

El investigador de Brookings Institution Robert Kagan afirma que el orden mundial es algo acerca de lo cual la gente no piensa, excepto cuando se ha perdido. En su opinión, el orden liberal identificado con Occidente, que ha impedido otra guerra entre las grandes potencias, es un fenómeno histórico excepcional. Es un logro que requiere cuidado y atención permanente. Ese orden ha contado con el compromiso decidido de Estados Unidos de destinar cuantiosos recursos económicos y militares para su preservación. La ambigüedad respecto a la firmeza de ese compromiso constituiría un factor de inestabilidad internacional.

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