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Analistas 08/12/2022

Copa Mundo y valores

Rodrigo Botero Montoya
Exministro de Hacienda

El encuentro deportivo que se celebra en Catar es algo más que un campeonato de fútbol. Es un evento geopolítico, noticioso y cultural que por cierto tiempo concentra la atención internacional. Se convierte en un tema prioritario para los gobiernos, los medios de comunicación y la opinión pública. Los planes de trabajo, las reuniones sociales y aún los rituales familiares deben ajustarse a los calendarios y a los horarios de los partidos.

Cada país, cuya selección nacional califica para participar en el campeonato, siente que, además de la habilidad de sus jugadores, está de por medio su prestigio internacional. El evento tiene un atractivo igualitario por el hecho de que en la cancha, los equipos de países pequeños pueden enfrentarse, y a veces derrotar, a los equipos de las grandes potencias, tanto las geopolíticas como las futbolísticas.

Para cualquier país, lograr la distinción de ser la sede de la Copa Mundo constituye un triunfo significativo. Con mayor razón lo es para una nación de unos tres millones de habitantes, de los cuales solamente 300.000 son ciudadanos.

Para efectos prácticos, Catar importa su fuerza laboral. Para las tareas de construcción y de servicios domésticos viene mano de obra poco calificada procedente de Asia y África. Para las actividades empresariales y técnicas se cuenta con expertos extranjeros provenientes de países desarrollados.

Si no fuera por la riqueza originada en sus abundantes yacimientos de hidrocarburos, Catar sería un país insignificante a escala mundial. El control de esa riqueza por parte de una monarquía absoluta le ha permitido a los gobernantes de Catar incurrir en cuantiosos gastos; primero para ser declarado país sede de la Copa Mundo, y luego para construir los estadios, los hoteles y la infraestructura que se requieren para ser anfitrión de un evento de esa naturaleza.

Ahora bien, convertirse en el foco de la atención mundial por varias semanas tiene sus atractivos, pero también conlleva inconvenientes. Los dirigentes de Catar hubieran querido que los observadores extranjeros, al comentar sobre su país, destacaran la altura de sus rascacielos, el tamaño de su aeropuerto, el lujo de sus hoteles y la belleza de sus estadios.

Pero eso no es necesariamente lo que ha sucedido cuando se describe la naturaleza feudal de su gobierno y los rasgos premodernos del estatus de las mujeres, el tratamiento a los homosexuales y los derechos humanos de la mano de obra poco calificada. Las críticas que registran los medios de comunicación de las democracias occidentales habrán dado motivos a los gobernantes de Catar para reflexionar acerca de la expresión de que cuando los dioses quieren castigar a los hombres, les conceden sus deseos.

No todas las críticas pueden atribuirse a prejuicios occidentales contra el islam. Así lo demuestra la protesta exitosa de las mujeres iraníes contra los abusos de la denominada policía moral, que obligó al régimen a suprimirla.

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