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Analistas 22/02/2018

Agonía del régimen bolivariano

Rodrigo Botero Montoya
Exministro de Hacienda

La tragedia del pueblo venezolano, cuya dimensión excede los superlativos, se ha convertido en un problema hemisférico de primer orden. Su manifestación visible es la del éxodo migratorio masivo. Los venezolanos están expresando su rechazo al Socialismo del Siglo XXI votando con los pies. A la emigración inicial de empresarios, técnicos petroleros, profesionales y académicos, se agrega ahora la de un grupo numeroso de personas con un bajo nivel de capacitación, que pueden ser considerados refugiados económicos.

El manejo de esta situación por parte de la comunidad internacional se dificulta por la naturaleza misma de un régimen que se auto-denomina revolucionario, pero que se ha convertido en una asociación para delinquir. El régimen de Nicolás Maduro se niega a reconocer la existencia de una crisis y ha rehusado las ofertas externas de asistencia humanitaria. Al tiempo con un proceso de demolición que ha reducido a la mitad el tamaño de la economía en cinco años, el gobierno ha intensificado la represión. El ejercicio crecientemente militarizado de la autoridad puede describirse como despotismo atenuado por la ineptitud.

Cualquier solución de fondo a esta tragedia tiene como premisa básica el cambio de gobierno. Ésa es una responsabilidad que compete, de manera exclusiva, a los venezolanos. Hay indicios de que el experimento de ingeniería social denominado Revolución Bolivariana se acerca a una fase terminal, por ser insostenible. Así lo sugieren la degradación de la calidad de vida, la hiperinflación y el colapso de las finanzas públicas. Se dice que las bancarrotas suceden de manera gradual, y luego en forma súbita. Lo que es difícil de predecir es la fecha en la cual ocurrirá el desenlace y las circunstancias en las cuales tendrá lugar. En un ambiente melancólico de fin de régimen, el gobierno trata de aparentar normalidad enfrentando el aislamiento, la irrelevancia y el repudio externo generalizado.

Mientras tiene lugar el previsible derrumbe político, la comunidad internacional podría contribuir de inmediato a aliviar el sufrimiento de la población. El apoyo a la reconstrucción de una nación que ha estado sometida al saqueo por parte de sus caudillos sería una etapa posterior, que presupone la existencia de un nuevo gobierno.

Ante la imposibilidad de abrir un canal humanitario para llevar alimentos y medicinas a la población, la comunidad internacional podría establecer un programa a favor de los venezolanos que estén intentando emigrar. La idea sería proponer que Canadá y seis países latinoamericanos grandes, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México y Perú, ofrecieran acoger entre todos a un millón de refugiados venezolanos en un plazo no mayor de 12 meses. Cada uno de los siete países se comprometería a aceptar una determinada fracción del total, acordada en función de su población y del tamaño de su respectiva economía. Esto contribuiría a formalizar un proceso que está ocurriendo de manera desorganizada, y a veces ilegal, colocando un peso desproporcionado del impacto sobre unos pocos países. Esta iniciativa daría efectividad a las manifestaciones de solidaridad internacional con el pueblo venezolano.

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