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Estamos creando la prisión más grande de la historia de la humanidad y desfilamos felices hacia ella. Y cuando digo “la más grande” no hablo en sentido figurado sino de forma literal, porque allí cabe toda la especie humana.
Me refiero al anuncio que hace algunos meses hiciera Mark Zuckerberg, dueño de la multinacional de datos Facebook, con el que le informó al mundo que su compañía había logrado construir un metaverso o meta universo, es decir, un espacio virtual construido digitalmente en el que los usuarios mediante avatares (representaciones gráficas y animadas de sí mismos) pueden caminar e interactuar entre sí en tiempo real y tener una vida paralela a través del uso de un dispositivo instalado en su cabeza, a manera de casco con gafas, que les permitirá ser y hacer lo que en la realidad física no han podido.
En pocas palabras, pasaremos de ver internet a vivir en internet. La ficción será nuestra principal realidad y por fin podremos huir del momento presente que tanto miedo le genera a nuestro ego, porque nuestro ego solo sabe habitar en el pasado para vivir de la nostalgia, o en el futuro, donde es dominado por la ansiedad.
Sí. El triunfo comercial del metaverso será inevitable porque permitirá a las personas huir de la realidad, como lo hace la droga, pero de forma legal. En todo caso, legal o ilegal, toda droga termina convirtiéndose en una prisión que altera los dos elementos básicos de la dignidad humana: la conciencia y la libertad.
Efectivamente, si partimos de entender la conciencia como la capacidad de comprender lo que somos y donde estamos, esta prisión llamada metaverso será altamente perturbadora de tal facultad racional humana, pues la inmersión en un mundo ficticio será tan profunda y adictiva que la mente, sin educación para ello, no podrá discernir lo real de lo imaginario y esto tendrá como consecuencia el colapso existencial de una psicología configurada por las multinacionales de datos que proyectan patrimonializar el pensamiento humano.
Ahora, esa “patrimonialización del pensamiento” solo es posible si este se puede predecir. Y en efecto, se puede predecir, pues quienes diseñan este universo paralelo tienen las herramientas tecnológicas para extraer de cada una de nuestras acciones en la red, rastros o huellas de nuestras decisiones y a partir de ellas construir algoritmos que tienen la capacidad de anticipar la forma de nuestra decisión. Y no solo eso, esos algoritmos unidos al avatar que nos representan tendrán la facultad de hacer que esa representación gráfica y digital nuestra, pueda, gracias a la inteligencia artificial, replicar con exactitud nuestro comportamiento, simular nuestra personalidad y, finalmente, darnos la posibilidad de no estar atrapados en un cuerpo que inexorablemente habrá de morir, pues cuando esto suceda, nuestro avatar seguirá existiendo y nuestros seres queridos podrán ir a visitarlo e interactuar con él con las mismas formas, expresiones, emociones y decisiones que tomamos nosotros y que informáticamente fueron extraídas de nuestros excedentes conductuales que tuvimos “en vida”. Es así como nos preparamos para ser eternamente prisioneros de la ficción.
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