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Analistas 01/05/2021

Vacunas para la tristeza

Ramiro Santa
Presidente Sklc Group

Cumplimos poco más de un año del encierro donde el mundo pasó de correr de un lugar a otro, de una ciudad a otra, de un país a otro y de una sala de reunión a otra; donde el valor agregado era siempre el mundo del cómo y del por qué. Hace poco más de un año el mundo entró en la dimensión de no correr y de encontrarnos solos con nosotros mismos frente al espejo, frente a la cámara del computador y frente a nuestra realidad: estamos en la dimensión del “para qué”. Los jueces ahora son nuestra mente dura e inquisitiva y quienes más nos quieren y que tampoco conocen de filtros para los juicios, las solicitudes y las preguntas. Es nuestro mundo cercano, el que hemos construido y el cual adicionalmente es nuestra primera responsabilidad; yo mismo, los hijos, los padres, la pareja, hermanos y amigos.

Poco más de un año donde ha pasado de todo en las conversaciones con nosotros mismos, con nuestros planes, prioridades, valores, creencias y con nuestro propósito en la vida. En este encuentro con nosotros mismos en esta nueva dimensión algunos han tenido éxito y algunos fracasos, pero siempre se han abierto nuevos entendimientos sobre lo que realmente es importante.

Esta guerra contra el enemigo invisible y desconocido se ha llevado -sin derecho a despedirse-, a seres entrañables y ciertamente han sido momentos recios que han golpeado duro, obligando a sacar coraje para conseguir entender esta coyuntura como una oportunidad para conocernos, cuidarnos y consentirnos; e igualmente importante, no perder la capacidad de visualizar un futuro donde paguemos las deudas de amor con nosotros y con quienes más queremos.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) informa que las consecuencias del covid para la salud mental debido a la desesperanza y falta de ilusión han llegado a la ansiedad, miedo, estrés, depresión, consumo de alcohol, drogas e ideas de suicidio a niveles muy preocupantes impulsados por el distanciamiento físico, advirtiendo que este se convierte en un factor de riesgo. Resaltan de manera primordial la necesidad de evitar que el miedo al contagio lleve a la soledad y que por eso es tan importante en niños y jóvenes la presencialidad en escuelas, colegios y universidades, -pese a la posición de los sindicatos de profesores de los planteles públicos en Colombia-, y la compañía presencial y prudente a personas solas, convalecientes y de la tercera edad.

Mi padre, Eduardo Santa Loboguerrero, afirmaba que la gente con aficiones culturales nunca se iba a sentir sola, ya que la literatura, la música, la pintura, el cine enseñaban a ver el mundo diferente y a entender las realidades desde otra óptica, además de ser siempre los mejores compañeros, el mejor amigo y el más sabio profesor.

En meses pasados en una conversación entre Juan Luis Mejía, rector de la universidad Eafit, y Alejandro Gaviria, rector de la Universidad de los Andes, donde se debatió depresión y educación, se refirieron al mismo tema, pero con la reflexión y la necesidad de enriquecer los currículos de todas las carreras con asignaturas en humanidades con la misma argumentación sobre la cultura. La preocupación de estos dos rectores era que para la acreditación de carreras de alta calidad no se le da importancia a las asignaturas relacionadas con humanidades e igual sucede con el sistema de clasificación de grupos e investigadores con los trabajos de investigación ante Colciencias donde prefieren las ciencias “duras” sobre las “blandas”.

El profesor Bernardo Toro Arango preguntaba en una conferencia quien había recibido las asignaturas de arte, literatura, música, filosofía e incluso educación física a primera hora en el colegio, hora en que se debe dictar las materias de mayor ascendencia, pues son las materias del cuidado del espíritu y el cuerpo. Cada uno responda a la pregunta.

El sistema educativo colombiano es muy exigente en ciencias duras pero nos falta mas autoconocimiento, más espiritualidad, humanidades, comprensión del cuidado del ser, de la mente y del cuerpo y así tendríamos menos depresiones, más conversaciones, más identidad, mas respeto, más carácter y más solidaridad.

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