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A los colombianos nos ha costado décadas sentirnos orgullosos de ser hijos de esta tierra. Carlos Vives, primero, a principios de los 90 y, Shakira, 10 años después, contribuyeron en gran medida a sacudirnos el lastre de ser reconocidos como el país de Pablo Escobar, expertos sicarios y la mejor cocaína.
Con esfuerzo y a paso lento nos empezamos a creer el cuento. Dejamos atrás puñados de complejos, ya no siempre éramos los problemáticos del vecindario; comenzamos a exportar científicas a la Nasa, actrices a Hollywood y alrededor de nuestro café, el mejor del mundo, con Juan Valdez construimos una marca que hoy suma 236 tiendas en el exterior. Sin embargo, aunque predecible, jamás imaginamos el revés que un mensaje acalorado, en tiempos de redes sociales −peligroso atajo de la diplomacia−, podría causarnos.
Por estos días todos hablan de Colombia. Sí, eso es cierto, pero no para citarnos por ser el país de la belleza. Lo hacen para usarnos a modo de ejemplo de aquello que salió mal. Mientras las consecuencias las pagamos con retrocesos, el trato diferencial, de controles extremos, al ingreso a Estados Unidos, nos devuelve a épocas vergonzosas. Esas en las que padecimos rezagos y profunda estigmatización. Cual si fuera poco, el fantasma de las sanciones yace dormido a la espera de un nuevo trino con altas posibilidades se seguir echando leña al fuego.
La impotencia que produce la pena ajena retrata el sentir nacional. Está bien abogar por la dignidad e insertar pedidos y otras visiones al debate de la severa política migratoria de Donald Trump. Lo que resulta imperdonable es desconocer las formas y los canales que rigen el manejo de las relaciones internacionales. ¿Para qué un Canciller entonces cuando el activismo gobierna? Pies de plomo con la dictadura de Venezuela, publicaciones a la madrugada en contra de nuestro mayor aliado justo cuando se abre paso una guerra comercial.
Nada tiene que ver con arrodillarse. Se trata de estrategia y de escoger peleas que puedan ganarse. Lo sorprendente es que lo entendió hasta el desatinado Nicolás Maduro, quien sin chistar liberó a seis presos estadounidenses y, hábilmente, el presidente de Panamá Raúl Mulino, en medio del rifirrafe por el Canal de Panamá, ofreció a Marco Rubio una pista aérea en el Darién como puente para deportar migrantes. Gastos que, dicho sea de paso, asumiría el gobierno norteamericano a diferencia del caso colombiano.
Me quedo, por tanto, con la acertada frase del portal BBC que resume a la perfección un panorama que aplica para todos: “Sheinbaum y Trump: los perfiles antagónicos de dos presidentes que “están obligados a tratarse””. En ese sentido, hace bien la canciller Laura Sarabia, la mujer que, según dicen, le habla el oído a Gustavo Petro; al dejar claro que la fórmula es la diplomacia, las vías institucionales y la discreción.
Estados Unidos, destino de 30% de nuestras exportaciones. Oro, petróleo, tilapia, banano, aguacate, ventanas, transformadores eléctricos: productos nacionales con importante mercado en el país del norte; US$13.100 millones en ventas a noviembre de 2024 y 700 millones de tallos enviados para San Valentín ese mismo año. Gracias, Presidente.