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El reloj corre de prisa y algunos parecen desestimarlo. En política, como en la vida, nadie gana solo. Sin embargo, pese a la probada premisa, desde todos los sectores opositores al Gobierno siguen dando largas a la única estrategia capaz de dar forma a ese contrapeso que hoy se muestra lánguido ante una izquierda que, con razón, presume a ese candidato que aglutina el 30% de la intención de voto en primera vuelta.
Por los lados de la derecha, la llamada centroderecha y el tan polémico centro; las movidas son insuficientes y desordenadas. En nada cambió el escenario la reunión de los expresidentes Álvaro Uribe y César Gaviria. Tampoco surtió efecto la mentada cena en la casa de la senadora Nadia Blel con la que los conservadores se la jugaron por un intento de acercamiento con varios sectores y, en “varillazos” de la representante a la cámara Lina Garrido a Juan Carlos Pinzón terminó la otra cena, en el hotel Marriot, a la que el exministro no asistió tras haberla convocado.
Desapacible panorama, de acuerdo, al que se suman otros sucesos. Cual si se tratara de un diálogo de sordos, Germán Vargas Lleras, una y otra vez alerta sobre los peligros de llegar divididos a la contienda; mientras, Abelardo de la Espriella, con casi 5 millones de firmas a cuestas (ojo, firmas no necesariamente significan votos) y en segundo lugar en la misma encuesta que da como ganador a Iván Cepeda, enfrenta un abierto rechazo de Vicky Dávila y Sergio Fajardo. Este último, por tercera vez aspirando a la presidencia se convirtió, por cierto, en el hombre a convencer después de conocerse los resultados que lograría en una hipotética segunda vuelta. Nadie contaba, para ser sinceros, con tal protagonismo del exgobernador de Antioquia quien ahora, se hace desear, agregando un ingrediente adicional a la ya fragmentada apuesta.
Lo cierto es que la que predican como visión compartida de futuro se queda corta frente a los egos e intereses personales, al igual que enorme daño causa la exposición de las rencillas internas. En esta ‘precampaña’, el fuego amigo dejó de ser exclusivo de la Casa de Nariño y logró contagiar a los partidos políticos que olvidaron el arte de la discreción y lucen más ocupados en darse codazos que en consolidar una verdadera alternativa. Un país con el orden público en decadencia, investigaciones de funcionarios y altos mandos militares por presuntos nexos con guerrillas narcoterroristas, imputados por corrupción prófugos de la justicia y un Presidente, su ministro del Interior y la primera dama en la lista Clinton, está obligado a configurar una opción sólida para el electorado.
Las del 2026 podrían calificarse como las elecciones más sensibles de los últimos tiempos. Con una Colombia que decidió darle una oportunidad al progresismo y recibió, a cambio, cambios que dejan mucho que desear. Entre ellos, una constante descalificación a la institucionalidad que debería motivar a la ciudadanía a tomar acción a través del ejercicio legítimo de las urnas. Difícil hacerlo, claro está, de continuar la orfandad del momento. Y es que, dejando de lado las ideologías, sería imperdonable que la izquierda radical u ortodoxa, que el candidato Cepeda representa, se alzara con el triunfo, no como resultado de un verdadero mandato popular, sino producto de un tablero diseminado por la mezquindad.
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