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Analistas 26/06/2023

La era de la enajenación

Natalia Zuleta
Escritora y speaker
Natalia Zuleta
La República Más

Los seres humanos tenemos una cualidad espiritual que nos otorga belleza y que radica en la complejidad de nuestro universo interior en donde conviven la mente, el corazón y el alma. Esta triada fabulosa nos traza un determinado camino en la existencia. Algunos vivimos más en alguna de estas dimensiones y empezamos a ver las otras como asistentes invaluables. En la ciencia y el arte de vivir no hay reglas exactas de cómo balancear los pensamientos, las emociones y el ímpetu espiritual. Diría que es algo que vamos aprendiendo en el camino evolutivo a través de la prueba y el error, los logros y los fracasos, las pequeñas victorias y los desencantos. La vida como maravillosa maestra nos va dando lecciones en forma de ganancias y pérdidas para afinar nuestra maestría de vivir. Esa maestría que necesitaremos para crecer mental y espiritualmente y dibujar un norte iluminado para nuestra existencia y la de toda la humanidad. Sin embargo, nos enfrentamos a lo que yo llamo la era de la enajenación. Vivimos unos tiempos de perturbación y delirio en los que la infelicidad y la depresión son visitantes comunes de nuestros entornos.

En esta difícil realidad hemos otorgado poder a las estructuras sociales y económicas rígidas y a la tecnología para que sean mediadores de nuestros más íntimos ideales y deseos. De alguna manera ya sabemos que somos esclavos de la tecnología y que esta nos exige una permanente conectividad: estar en las redes, postear, estar enterados de lo que sucede con inmediatez y de lo que hacen los demás, obligarnos a no dejar en visto, a contestar llamadas al instante, a no tener derecho de una pausa en la visibilidad demandante de una era de la información ¿Qué perdemos en este escenario? Yo diría libertad, capacidad de ser nosotros mismos, tiempo para dedicarnos y el regalo maravilloso que muchas veces nos otorgan la soledad y la introspección. Es curioso ver que aquello que nos limita en algunos casos como la tecnología es algo que hemos inventado y desarrollado hasta horizontes inimaginables. Existe una ansiedad latente de esa nueva inteligencia artificial que amenaza con quitarnos la capacidad de hacer muchas cosas desde nuestras cualidades humanas, de hacer trascender el amor, la compasión y la sabiduría a través de nuestras acciones. Algo que jamás nos podrá ser enajenado.

He sentido últimamente cómo también las creencias sociales y las estructuras económicas, que en muchos casos soportan nuestra existencia, se convierten en barreras a veces invisibles para nuestra evolución. En ocasiones nos sentimos cansados y confundidos, en la inercia del trabajo y la cotidianidad que no da oportunidad a desvincularnos de las rutinas. No hablaría de esclavitud, pero sí de una extraña y a veces hasta invisible dependencia del statu quo. Seguimos los pasos del trabajo, de jornadas interminables que poco dejan a la imaginación, las obligaciones con la familia y los deberes del ser. Muchas veces sin darnos cuenta, cedemos el dominio de nuestro albedrío a todas las cosas que nos aguardan. Y este ceder viene acompañado de sentimientos de culpa, de insuficiencia y de un juicio personal que muchas veces nos roba la calma. Experimentamos enajenación cuando esa parte de nosotros que está destinada a florecer queda pospuesta por las obligaciones interminables que nos son impuestas socialmente. Los constructos culturales que han edificado muros inquebrantables de tradiciones nublan nuestra mirada, nos frustran y nos confunden.

Entonces nos sentimos mal por querer ser más fieles a nuestro propósito superior, por querer flexibilidad en nuestra vida, por reorientar nuestra búsqueda, por querer amarnos a nosotros mismos sin caer en el perverso juicio del egoísmo. Con frecuencia me pregunto porqué hay tantas personas infelices, insatisfechas, deprimidas y desoladas. Podemos caer en cada uno de esos abismos en cualquier momento porque vivimos en una era de la enajenación en donde nos cuesta encontrar y vivir nuestro propósito pues nuestra vida debe adaptarse a las demandas y exigencias de unas tradiciones profundamente arraigadas aún. La era de la enajenación ha llegado para hacernos ver que tenemos cualidades espirituales que nada ni nadie nos puede quitar y que sólo depende de nosotros ponerlas al frente del espejo cada mañana para recuperar la belleza de la libertad y la esencia de nuestros sueños. Cuando hagamos esa reflexión y la experimentemos no habrá miedo, solo infinitas posibilidades para la evolución espiritual. Lo escribo en un día en el que no cumplí horarios y decidí escucharme, amarme y hacer lo que me gusta ¿Qué tan a menudo hacen esto?

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