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Tribuna Universitaria 28/05/2021

Todas las historias llegan a Roma

Martín Pinzón Lemos
Estudiante de Comunicación Social y Periodismo U. de la Sabana
La República Más

Gloria, guerra, miseria y riqueza marcaron del destino de una civilización floreciente: el Imperio Romano. En películas tan laureadas como Gladiador, el protagonista no duda en afirmar que “lo que hacemos en vida, resuena en la eternidad”. Una expresión que dio forma a nuestra cultura. En Roma crecieron las bases de la sociedad moderna, su historia es un espejo y referente que debemos mirar con interés.

La perspectiva ofrecida por la historia siempre será importante. El análisis histórico enseña que los ciclos de existencia pueden ser similares. Por ejemplo: protestas por alzas en los impuestos, la rebelión, la guerra, la aparición de ególatras comandando naciones, el trabajo responsable de algunos o la antigua vagancia, envidia y corrupción de otros.

Quien los estudia y conoce podrá interiorizar las moralejas, evitando caer en el error, sorteando las dificultades con mayor acierto; mientras que el ignorante o el, aún peor, soberbio se resisten a bañarse en las aguas de los tiempos ya vividos, sin capacidad de superar obstáculos y padecen ante ellos como los actores del pasado. El que no conoce la historia está condenado a repetirla.

Tal vez por esta razón me decidí a estudiar un poco la historia de Roma. Animado por un profesor y otros estudiantes universitarios, hemos tenido amenas tertulias online en las que participamos jóvenes desde Estados Unidos, Francia, España, Alemania o la misma Roma hasta Cartagena de Indias. El curso aporta una rigurosa visión a partir de la historia de la Antigua Roma.

A través de estos estudios he podido comprender mejor el contenido de una idea que muchas veces se expresa sobre la aparente supremacía del mal sobre el bien. La sentencia es esta: la historia recuerda con grandeza al crucificado y con desprecio a quien crucifica. Este adagio refiere al recuerdo creciente y filial de Cristo en la humanidad y al desprecio y olvido de aquellos que lo crucificaron. La humanidad recordará a los Nerón, Calígula, Pilatos o Herodes por soberbios y viles. Estos, y más, siguen pasando a la historia negra para la eternidad. En contraste, también se recordará por siempe el valor y heroísmo, hasta el martirio, de muchas personas que perecieron bajo la furia de los tiranos. Es el buen aroma de la historia escrita con virtud y bondad.

Al diseccionar al hombre moderno y compararlo con el romano o antiguo, denotamos que realmente el ser humano ha cambiado más bien poco. Nos siguen moviendo los mismos intereses: la ambición, el hedonismo, la soberbia y la avaricia; sin embargo, también los valores más nobles que por amor han dejado huella, algunos conocidos y otros por descubrir.

Antes existían emperadores vagos, hambrientos de placeres y violentos; en el presente hay dictadores: autócratas, opresores y corruptos. También existía una fuerza hegemónica, que gobernaba el destino de los pueblos con leyes injustas y la coacción más brutal: lo llamaban el Imperio; hoy existen organismos que, con “recomendaciones del nuevo orden”, conducen a los estados a su antojo: los denominamos organismos internacionales y “multilaterales”, que condicionan la cultura y la economía a ideologías del pensamiento único.

La historia es rica cuando se aprende de ella, convirtiéndose en una herramienta de altísima utilidad. Vale destacar lo interesante que resulta conocer sus caprichos, ver cómo juzga: con martillo de hierro a los déspotas y con benevolencia a los que pudieron ser derrotados. Con admiración al justo y repulsión al tramposo y mentiroso.

Los periodos históricos pueden ser diversos o semejantes, pero al final el ser humano es igual en esencia. Una realidad palpable expresada cuando se afirma que todas las historias llevan a Roma.

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